Critica Psicosocial La Niña Que No Tuve, Rodrigo Rey Rosa

Páginas: 10 (2343 palabras) Publicado: 24 de julio de 2012
“La niña que no tuve”
Ningún lugar sagrado
Rodrigo Rey Rosa

A los ocho años, había sido condenada a muerte. Una extraña enfermedad, cuyo nombre no quiero repetir, la disolverí¬a en menos de ciento veinte días, según varios doctores. El médico que me dio las malas nuevas lo hizo cuan humanamente pudo, pero eso no bastó. Tuvo que ser cruel, con la crueldad particular que se desarrolla en esaprofesión. Le pedí¬ que describiera las etapas de la enfermedad, y él precisó punto por punto -``con un margen de dos o tres semanas''- la descomposición de mi niña. Como, terminada la descripción, Él añadiá: ``Me temo que no hay nada más que nosotros podamos hacer'', le dije que si lo que aseguraba no era cierto, yo lo maldecía.
Llegué a casa con pensamientos fúnebres mezclados con accesos deesperanza: pero la niña estaba tendida en su camita, pálida y temblorosa, pues era la hora de los ataques.
La niñera salió del cuarto en silencio, y yo me arrodillé al lado de la niña.
-¿Cómo te sientes? -le pregunté, y le besé la frente.
-Mal -dijo, y agregó-: Voy a morirme, ¿verdad?
Por un descuido mío, una semana antes ella había leído una carta del doctor acerca de la posibilidad de sumuerte.
-No creo -le dije. De niño yo también estuve muy enfermo varias veces y sobreviví¬.
-Yo también quiero sobrevivir -dijo con una seriedad conmovedora. Pero papi, si voy a morirme, si los doctores piensan que me voy a morir, dí¬melo, no me engañes.
Me miraba fija, intensamente, y no pude mentir.
-Según el doctor que ha estado viéndote, podrías morirte dentro de cuatro meses. Pero yo no lecreo.
-¿Cuatro meses? -se puso a contar, primero mentalmente y luego, para asegurarse, con los dedos. Eso sería en febrero.
Asentí¬ con la cabeza. Tomé su mano, sudorosa, y la apreté. Y ella se quedó dormida, o, con su delicadeza de pequeña, fingía que se dormía.
Al día siguiente me levanté temprano, le hice el desayuno y le preparé el baño. Por la mañana, parecía una niña sana, y por un momentoolvidé que había sido condenada. Salí¬ de compras. Era una esplendorosa mañana de noviembre, de modo que al volver a casa, le propuse que saliéramos a pasear después de comer.
-¿Adónde quieres ir? -me preguntó.
-A donde tú quieras.
Dijo inmediatamente:
-A un lugar al que nunca hayamos ido.
Eran tantos los lugares a los que no habíamos ido, pensé. Había sido un error que yo la concibiera, yo,que siempre tuve miedo a la descendencia. Pero no me opuse a los deseos de su madre con suficiente determinación, y la niña nació. Su madre me abandonó hace tres años, y aquí¬ estamos.
Cuando salíamos, al cruzar la doble puerta del vestíbulo, un hombre alto y pálido que aguardaba la ocasión, se introdujo furtivamente en el corredor.
-Un drogadicto -dijo ella, y el hombre pudo oírla.
-Tal vez-dije.
En la calle, me recriminó:
-Claro que era un drogadicto. Por qué dices tal vez.
-Tal vez te oyó.
-Y qué, es la verdad.
-A la gente no le gusta oír lo que uno piensa de ella.
Me miró, entre decepcionada y comprensiva, y dijo:
-Supongo que no.
En la esquina del Bowery y la octava, me tiró de la mano.
-¿Por qué no vamos a Times Square?
Tomamos el subterráneo en Astor Place, con su telónde fondo kitsch. Abajo, en el andén, una bandada de poetas daba un tono intelectual y hasta elegante a ese agujero del grand gruyre. La cosa sería evacuar la ciudad, demolerla por completo de una sola vez, darle la espalda al sitio y reintegrarse a la realidad.
Subimos al tren, ingresamos en el túnel. El carro dio un bandazo, y los pasajeros que estaban de pie fueron lanzados unos contra otros,pero los cuerpos con caras grises se mantuvieron de pie, con un movimiento pendular, como si colgaran de sus ganchos en un matadero prolongado. Cadáveres de todas las edades.
El cemento era tan duro en la Calle 42 y el aire helado hería de la misma manera que diez años atrás, cuando caminé por primera vez en esta ciudad, pero el lugar había cambiado.
En la antesala de la muerte, hubiera sido...
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