Cronica de una muerte anunciada
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A través de la ventana penetraron a la oficina los gemidos de los animales castrados revueltos con los gritos de don Sabas. “Si no viene dentro de diez minutos, me voy”, se prometió el coronel, después de dos horas de espera. Pero esperó veinte minutos más. Se disponía a salir cuando don Sabas entró a la oficina seguido por un grupo de peones.Pasó varias veces frente al coronel sin mirarlo.
Sólo lo descubrió cuando salieron los peones.
—¿Usted me está esperando, compadre?
—Sí, compadre —dijo el coronel—. Pero si está muy ocupado puedo venir mástarde.
Don Sabas no lo escuchó desde el otro lado de la puerta.
—Vuelvo en seguida —dijo.
Era un mediodía ardiente. La oficina resplandecía con la reverberación de la calle. Embotado por el calor, el coronel cerró los ojos involuntariamente y en seguida empezó a soñar con su mujer. La esposa de don Sabas entró de puntillas.
—No despierte, compadre —dijo—.Voy a cerrar las persianas porque esta oficina es un infierno.
El coronel la persiguió con una mirada completamente inconsciente. Ella habló en la penumbra cuando cerró la ventana.
—¿Usted sueña con frecuencia?
—A veces —respondió el coronel, avergonzado de haber dormido—. Casi siempre sueño que me enredo en telarañas.
—Yo tengo pesadillas todas las noches—dijo la mujer—. Ahora se me ha dado por saber quién es esa gente desconocida que uno se encuentra en los sueños.
Conectó el ventilador eléctrico. “La semana pasada se me apareció una mujer en la cabecera de la cama”, dijo. “Tuve el valor de preguntarle quién era y ella me contestó: Soy la mujer que murió hace doce años en este cuarto”.
—La casa fue construida hace apenas dos años.—dijo el coronel.
—Así es —dijo la mujer—. Eso quiere decir que hasta los muertos se equivocan.
El zumbido del ventilador eléctrico consolidó la penumbra. El coronel se sintió impaciente, atormentado por el sopor y por la bordoneante mujer que pasó directamente de los sueños al misterio de la reencarnación. Esperaba una pausa para despedirse cuando don Sabas entró a laoficina con su capataz.
—Te he calentado la sopa cuatro veces —dijo la mujer.
—Si quieres caliéntala diez veces —dijo don Sabas—. Pero ahora no me friegues la paciencia.
Abrió la caja de caudales y entregó a su capataz un rollo de billetes junto con una serie de instrucciones. El capataz descorrió las persianas para contar el dinero. Don Sabas vio al coronel en el fondode la oficina pero no reveló ninguna reacción. Siguió conversando con el capataz. El coronel se incorporó en el momento en que los dos hombres se disponían a abandonar de nuevo la oficina. Don Sabas se detuvo antes de abrir la puerta.
— ¿Qué es lo que se le ofrece, compadre?
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El coronel comprobó que el capataz lo miraba.
—Nada, compadre —dijo—. Que quisiera hablarcon usted.
—Lo que sea dígamelo en seguida —dijo don Sabas—. No puedo perder un minuto.
Permaneció en suspenso con la mano apoyada en el pomo de la puerta. El coronel sintió pasar los cinco segundos más largos de su vida. Apretó los dientes.
—Es para la cuestión del gallo — murmuró.
Entonces don Sabas acabó de abrir la puerta. “La cuestión del gallo”,repitió sonriendo, y empujó al capat az hacia el corredor. “El mundo cayéndose y mi compadre pendiente de ese gallo”. Y luego, dirigiéndose al coronel:
—Muy bien, compadre. Vuelvo en seguida.
El coronel permaneció inmóvil en el centro de la oficina hasta cuando acabó de...
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