cronicas de una muerte anunciada
UNO: El hombre trotaba a ritmo sostenido, con el tranco parejo de los atletas bien entrenados.
A medida que ascendía por la pendiente, festoneada de cañas brillantes y líquenes de páramo, dejaba salir por la nariz, curva como pico de ave, pequeñas volutas de vapor, que quedaban, por un momento, flotando en el aire andino, frío y transparente.
Había dejado de sentir, hacía unbuen rato, la trenza de esparto que se le incrustaba en la frente, por el peso del canasto que llevaba sobre la espalda, repleto de peces y crustáceos en salmuera; frutas, verduras, flores y condimentos tropicales.
Sujeto al pecho, iba el correo, contenido en los nudos de cuerdas de diferentes colores y tamaños, constituían mensajes cifrados llamados quipus. Había sido despachado el díaanterior, desde la avanzada del Canandé, en la costa del Océano Pacífico. Entregado después de breve ceremonia, al primero de los treinta y cuatro chasquis sagrados, que con él, integraban el correo occidental del imperio y el mismo día, cuando el sol se hundiera detrás de las montañas nevadas que se levantaban a su derecha, toda la carga estaría a los pies del Inca y podría, al fin, oír su voz,privilegio reservado para los héroes de la guerra y nobles de la corte.
Con la lengua cambió de carrillo la bola de coca y cal; un movimiento reflejo, echó hacia arriba los hombros y entonces, haló las cuerdas que soportaban el canasto y sintió alivio por la nueva posición de la carga. El movimiento hizo tintinear las argollas y dijes de oro, que pendían de sus orejas, así como, las pulseras de plata ycobre con la efigie del dios cangrejo.
Iba desarmado, pues, ni los hombres salvajes y tampoco, los pumas, se atreverían a enfrentarse con un héroe consagrado al servicio del dios Inca.
Ya era la primera hora de la noche, cuando contestó, sin disminuír la marcha, el santo y seña que le pidió un centinela armado de maza y azagaya, parapetado detrás de un mirador de piedra pulida.
Atravesó la calzadade adoquines y empezó a percibir el rumor de la ciudad, el chisporreteo de fogatas al aire libre, el olor a guiso de carne de llama, el almizcle de la grasa asada de las carnes de cacería y uno que otro grito aislado de personas, que se llamaban de casa a casa.
Al llegar a la muralla que protegía el recinto de la morada del Inca, murmuró, nuevamente, el santo y seña y penetró en la pequeña plazapor la que todavía, deambulaban las llamas blancas destinadas a los sacrificios. Cruzó, siempre trotando, el jardín de plantas de maíz fundidas en oro puro, frente a las bodegas del grano y entró en la primera sala de la casa real; ascendió por una amplia escalera de piedra basáltica, custodiada por centinelas armados de macanas, hasta que pudo sentir la tibieza emanada por las lozas calentadas porhogueras dispuestas bajo el piso. Luego, pasó directamente a la cámara real.
El Inca Atahualpa estaba comiendo. Una de sus hermanas-esposas, le acercaba a la boca, humeantes pedazos de carne guisada y otra, le pasaba un paño de algodón bordado con hilos de oro por los labios; las demás esposas, estaban sentadas en el piso alrededor del trono.
En cuanto lo vio, se incorporó y el chasqui se postrócon la frente sobre el piso. Atahualpa avanzó sin calzarse, desnudo bajo la delgada manta de tela de algodón. Saludó al chasqui por su nombre y con rapidez deshizo los nudos que aseguraban el paquete del correo y que únicamente podían ser desatados por él.
Yasali Tupac, el chasqui, en ese instante sentía que su vida cobraba sentido. Para prepararse, se había iniciado en las malolientes planicies delos deltas costeros, trotando todos los días durante varios años, desde la aprición del sol hasta cuando podía ver la sombra de su cuerpo; ese era el momento en que llegaba al primer lugar de recambio, desde donde partiría otro chasqui, trotando al mismo ritmo, mientras él podía tomar un baño, cambiar su ropa de viajero por un taparrabo y una capa más cómodos y comer los potajes que le...
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