cronicas
En su habitación el ruido de la calle se disuelve, pues queda al final del pasillo de una enorme casa. No le teme a la oscuridad, aclara, lo único que le molesta es que se va a perder “El Factor X”. Por lo demás, valora incalculablemente el silencio, lo que éste leofrece, un sosiego que ella hubiese deseado prolongar al máximo, de no ser por el alboroto en que se encuentran unas gallinas que cacarean desaforadas en el patio vecino.
“Otra vez esas gallinas…esa viejita no coje juicio. Ya le he matado tres esta semana.” Protesta María con la boca llena de caramelos. Mientras mastica vierte otro montoncito en su mano. “Es que es terca la vieja hijueputa”,concluye lanzándose de golpe sobre la cama.
“Cada vez que le mato una, la escucho llorar. Yo creo que ni siquiera se las come, ni siquiera cuando yo le hago el favor de destortillarlas cuando tengo sueño y las malditas no me dejan pegar el ojo…es que son más fastidiosas que la conciencia.”
Y es que habría primero que preguntarse qué papel juega la conciencia en la vida de una mujer como ella, cuyooficio tiene tanto que ver con el sentir moral.
Es aparentemente tranquila, temperamento muy acorde con su figura alta y delgada, su tez pálida y los rasgos de su fisonomía: ojos grandes y negros, cabello castaño y nariz prominente. Hace pocos gestos, casi nunca sonríe y se pone la mano constantemente sobre los labios, como si intentara callarse ella misma, recordara algo, o simplemente seaterrara de su misma atrocidad.
“Si uno se pone a pensar en que mata gente por matar, cómo sería ese cargo de conciencia tan berraco. Uno lo que tiene que pensar es que no eran pa’ este mundo y que hay que ayudarlos a descansar, ¿no ve que somos muchos en el mundo como pa’ que el de arriba pueda escoger los que se tienen que morir? Entonces hay que ayudarle…ya si se salvan es porque no lestocaba.” En esta última frase María resuelve toda deuda espiritual que pueda tener con su alma.
Vestida como hoy, de jeans y blusa de tiras, podría parecer una mujer con una vida normal, exceptuando por el tatuaje del divino niño en su brazo derecho y la hendidura que centímetros más abajo me señala diciendo, como quien se refiere a los calores que hacen en Cali últimamente, “Por aquí me entraron cuatrotiros”.
“Mi niñez fue muy bonita, que no se diga después que yo mato gente porque fui una niña traumada, -dice sonriendo sin ganas- yo podré ser lo que sea, pero fui muy bien criadita.”
Miguel fue quien le bautizó María, en una ceremonia con padrinos pagados y sin mucho aspaviento. Eso fue poco antes de rentar un cuarto en “La Sirena”, un terreno de invasión ubicado en la cumbre delbarrio Siloé. Allí se crió María, bajo un sol inclemente, muy común en esa zona, que cada medio día le tostaba la piel y se filtraba por los agujeros de aquel cuartucho apenas cubierto por varias láminas de zinc. Allí creció, con las rodillas cubiertas de lodo en época de lluvia, poniendo platones de plástico y ollas en el piso para que el agua no se colara por los mismos agujeros que meses anteshabía penetrado el sol. Sin embargo las miserias del clima no le importaban a ella, que esperaba paciente que Miguel regresara todas las noches con alguna sorpresa en el bolsillo de su chaqueta.
“La sorpresa” nunca era algo materialmente valioso: siempre se trataba de un paquete de papitas fritas, un caramelo, un par de pinzas para el cabello, alguna pulsera plástica brillante o cualquier...
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