Cruces sobre el agua
DEL CAPITULO 6
Cruzaba su padre el patio, de vuelta del trabajo. Alfredo se fijó que apenas no
lo veían de fuera, dejó fallar la pierna como aliviándose, y cojeó abiertamente.
El pensó, como un rayo: tiene un bubón en la ingle!
-¿Qué te pasa, papá?
—Ya me fregué. Creo que estoy con la peste. En poquísimos días, habían
aprendido a conocerla. El carretóny su bandera se habían vuelto cotidianos.
Condujeron decenas de enfermos al lazareto:
de esa calle, de las otras, de todo el barrio del Astillero, dizque de todo
Guayaquil. Nadie había vuelto, aunque decían que algunos se mejoraban. De
muchos se supo que murieron. El miedo se extendía por las covachas. Con los
dientes apretados, Alfredo dijo al padre:
—¿Por qué va a ser peste? Tal vez seaterciana. ¿Te duele la ingle?
—De los dos lados... Y veo turbio, estoy mareado. Tengo una sed que me
quemo. Enciende el candil. ¡Si Trinidad no se hubiera ido! Alfredo se tragaba
las lágrimas: tenía que cumplir, juró no llorar. Ella podría cuidarlo. No sería el
cuarto este pozo abandonado que era, para los dos, sin mujer y sin madre. Al
andar, sus pies tropezaban papeles, cáscaras, puchos decigarro: nadie barría
o exigía barrer. Como Manuela al hijo, Trinidad, a escondidas, habría atendido
a Juan.
—¡Ajo, qué sed! Anda cómprame una pílsener, toma.
Le dio un sucre, de esos de antigua plata blanca, que ya escaseaban,
grandazos, pesados, llamados soles, por su parecido con la moneda peruana.
Salió rápido: sólo en la avenida Industria alumbraba el gas. Pero Alfredo ya no
temía laoscuridad. Por Chile, caminó, cruzando los pies, por uno de los rieles
del eléctrico, hacia la otra cuadra, Balao, a la pulpería del gringo Reinberg,
desde la cual una linterna proyectaba su fajo claro calle afuera. Hileras de
tarros de salmón y de frutas al jugo, de latas de sardinas, de botellas de soda y
cerveza, repletaban las perchas. De ganchos en el tumbado, colgaban racimos
de bananos yde barraganetes de asar. Olía a calor y a manteca rancia. Alfredo
pasó por entre altos sacos de arroz, fréjoles y lentejas y alzando la cabeza,
pidió la pílsener. El gringo probó el sonido del sucre en el mostrador y con su
habla regurgigante, comentó:
—¡Toda noche, tu padre: cerveza, cerveza! ¡Así son los obreros! ¡En mi tierra
igual: trabajador no sabe vivir sino emborracha! Alfredo notemía sus bigotazos
ni su calva:
—Mi padre no es borracho, es que está enfermo.
—¿Se sana con cerveza? ¿Está bubónico? ¡Mucha bubónica es!
Cogido de sorpresa, Alfredo calló. Si confesaba, capaz el gringo de denunciar
al enfermo. Y para él, como para todos, el lazareto era peor que la peste.
—Si el panadero está bobúnico —agregó el gringo_ di a tu mamá ella no sea
bruta como gente de aquí. Conremedios caseros muere el hombre. Mándenlo
pronto a curar al hospital bubónico...
—¿Al lazareto? ¿Para que lo maten? _Ve, tú, Baldeen: aunque chico, no estar
bruto! Piensa con la cabeza, no con el trasero. En casa, el hombre muere, ya
está muerto. En el hospital bubónico también por los médicos pollinos. Pero
hay medicinas, inyección, fiebrómetro... Siempre hacen algo- muere, pero no
tanseguro...
—Se lo diré a mi mamá —contestó Alfredo— conmovido por la preocupación
que le demostraban. Salió con la cerveza, confuso por todo lo que acababa de
oír. Que aunque chico no fuera bruto... Lo contrario de lo que él opinaba, que la
gente mayor es estúpida.
Se asustaba de la resolución que dependía de él. Si Juan se moría, siempre se
sentiría culpable: por no haberlo mandado o por haberlomandado al lazareto.
¿Qué haría? [Maldita sea! ¿Cómo lo agarraría la bubónica al viejo? Si estaba
vacunado, lo mismo que él y todos! Quería decir que la vacuna no servía para
nada! Mejor: le daría peste a él también y no quedaría solo en el mundo. Juan
bebió la cerveza. Tenía los ojos sanguinolentos. Alfredo lo ayudó a acostarse.
Apenas posó la cabeza en la almohada, se hundió a plomo....
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