Cuando Me Muera Quiero Que Me Toquen Cumbia

Páginas: 12 (2834 palabras) Publicado: 9 de agosto de 2012
vio las armas fuera de la ventanilla. Les disparó dos veces. En la cancha los jugadores corrieron a sus
Itakas.
Habían preparado un arsenal.A Manso y al otro de un escopetazo les bajaron el vidrio trasero del
Falcon.
Javier corrió hacia elcementerio. Alcanzó a andar unos diez metros entre las tumbas. Y se tiró detrás de una lápida. Las balasrepicaban en el mármol, en las criptas vecinas,pasaban cerca de Javier pero no le dieron una sola vez. “Letiré al Toro un par y ahí ellos se escondieron. Como dos o tres les tiré y se quedaron en el piso.” Javier pensóque nunca podría escapar hasta que se dio cuenta que estaba ante la tumba del Frente. Pasaron eternossegundos hasta que, contra un alambrado al costado de la salida a la calle, detectó una bicicleta como puestaallí para él. “Corrí,manoteé la bici y salí.” Pedaleaba desesperado pensando en el milagro que volvería aagradecer a su amigo muerto cuando vio a los patrulleros con las luces y las sirenas encendidas. Se acercabanlevantando polvo para reprimir el tiroteo. Así que, para colmo, por si lo paraban, tuvo que descartar elrevólver en unos pastizales. Al día siguiente, con Simón en el hospital recuperándose de los trestiros en las piernas, volvió a buscarlo.
Capítulo V
Al fin y al cabo no era la primera vez que Matilde enfrentaba el devenir sola. En definitiva casi había nacidocon ese destino: vino al mundo un día de 1957 en Mar del Plata y su padre biológico, agente raso de la policía bonaerense, murió asesinado por un malevo cuando ella aún no había cumplido un año. Por esoMatilde y su hermano mayor dejaron laciudad para instalarse en el pueblo de la familia materna, Chillar,cerca de Azul. Allí por lo menos su madre podría trabajar de planchadora en la tintorería de unos tíos. Ymientras ella se ganaba un salario, los abuelos maternos y los tíos criaban de a turnos a los chicos. Matilderecuerda esa infancia de provincia como una etapa feliz. «Ellos incluso me mandaron a jardín, nunca mefaltó nada.”Cuando tenía siete años su madre conoció a su segundo y todavía marido. Y al poco tiempo semudaron todos a Olavarría donde él era operario de la fábrica de cemento de Amalia Lacroze de Fortabat. AMatilde y su hermano no les faltaron los zapatos, los dos fueron al secundario a sendas escuelas religiosas deAzul, adonde los llevaban cada día en carros tirados por caballos. Matilde marcaría en su vida unacurva queiría, por demasiadas razones, de aquella niña mimada a una mujer al frente de un hogar de seis hijosmantenidos con el trabajo de juntar cartones en carros similares a los de antaño.Hasta los quince estuvo con su madre y su padrastro, con quienes no recuerda mayores conflictos. Perodespués de su maravillosa fiesta de quince, Matilde recibió la pésima noticia de que se venía un hermanoencamino. Fue mujer y eso lo hizo un ser aún más detestable, reconoce, autocrítica después de treinta años.Luego, para colmo, vinieron los mellizos. Hacia los dieciséis, ‘os gritos y las peleas con el hombre al quefinalmente le decía papá fueron insoportables. Hizo todo lo posible para marcharse, para no vivir un segundomás en compañía de esa competencia intolerable de hijos legítimos. La únicaalternativa fue ingresar comoniñera de una pareja de médicos de Olavarría: prestó servicios durante tres años, de los dieciséis a losdiecinueve. Y otra vez volvió a sentirse ahogada. Quiso visitar a su abuelo materno en el pueblo, no ladejaron, y decidió renunciar. Encontró ayuda en una prima casada con un gitano de Mar del Plata. Para allá partió Matilde, sin saber que ella también terminaría enredadacon un amigo de la pareja, también gitano.Ella se dejó llevar. Él se enamoró. Matilde tiene unas fotos maravillosas de esa época, donde ella es unareina pop con el pelo lacio y los ojos más verdes de la costa. “El problema es que según sus tradicionescuando un gitano se enamora no hay otra salida que el casamiento, y esa idea de quedar prendida parasiempre a mí no me gustó nada, así que pronto...
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