Cuarteles De Invierno Osvaldo Soriano

Páginas: 153 (38127 palabras) Publicado: 5 de mayo de 2015
Osvaldo Soriano, 1980
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2

CAPÍTULO I
Los dos hombres que esperaban en la estación
tenían cara de aburridos. El que parecía ser el jefe
llevaba un traje negro brilloso y tenía un pucho en
los labios. El otro, un gordo de mameluco azul,
agitaba una lámpara desfalleciente en dirección al
maquinista. Levanté la valija y avancé por el
pasillo. El cocheestaba casi vacío y la gente
dormía a pata suelta. Salté al andén y miré
alrededor.
Del vagón de primera bajó un tipo que andaría
por los dos metros y los cien kilos; se quedó un
rato mirando para todas partes, como si esperara
que alguien le pusiera un ramo de flores en las
manos. El gordo tocó pito y empezó a insultar al
maquinista. El hombre de negro se me acercó y me
saludó con una sonrisa.
—Ustedes Morales —dijo sin sacarse el
pucho de los labios.

Le devolví la sonrisa.
—No, yo soy Galván.
—Andrés Galván —me tendió la mano—.
Carranza, jefe de la estación. ¿A qué pensión va?
Iba a preguntarle cuál me recomendaba cuando
vi a los soldados. El más alto me apuntaba sin
mucha convicción; el otro, un morocho que tenía el
casco metido hasta las orejas, se quedó más atrás,
casi en la oscuridad.El suboficial llevaba uno de
esos bigotes que ellos se dejan para asustar a los
colimbas.
—Documentos —me dijo.
El jefe de la estación sacó una voz ronca y
pastosa:
—Es Galván, el cantor. Buen muchacho,
parece.
Le alcancé la cédula. El milico la miró un
minuto, le dio unas cuantas vueltas y anotó los
datos en una libreta.
—¿Viene a la fiesta? —preguntó sin mirarme.
—Sí. Contratado por el señorSuárez.

—Capitán Suárez —corrigió.
—Capitán Suárez —repetí.
Me devolvió la cédula, miró sobre mi hombro
y pegó un grito:
—¡Alto!
El grandote que había bajado de primera clase
estaba a punto de piantarse por la puerta que daba
a la sala de espera. Los dos soldados le apuntaron
a la espalda; no hacía falta ser un campeón para
mantenerlo a tiro porque el punto tenía una espalda
justa para servir unbanquete.
Dejó el bolso en el suelo y los miró sin
sorpresa. Tenía la cara tristona y parecía cansado
de arrastrar ese cuerpo por el mundo. Llevaba una
campera de cuero larga y unos jeans gastados.
—Contra la pared —dijo el suboficial y le
indicó el cartel de propaganda de un restaurante.
El grandote no se hizo rogar: levantó las manos,
echó las caderas para atrás y apoyó las palmas
contra el aviso.El soldado morocho lo empezó a
palpar pero se cansó enseguida. El suboficial se

mantenía a distancia y miraba la cédula bajo la luz
amarillenta.
—Rochita —dijo el jefe de la estación a mi
espalda.
El tren arrancó y me perdí lo que agregó a
continuación.
—¿Qué me decía?
—Rochita —señaló al grandote que miraba
tieso cómo le desarmaban el bolso—, buen
pegador el pibe. Un poco lento para mi gusto,¿no?
Lo miré. Rápido no parecía. Ni nervioso, pero
nunca se sabe con tipos de ese tamaño.
—No sé —le dije—, nunca lo vi.
—Por la televisión —dijo el jefe—, cuando lo
volteó al paraguayo. Tiene una piña de bestia, pero
es muy lento. —Se me acercó y agregó en voz baja
—: ¿Es cierto que está terminado?
—¿Por qué está terminado?
—Dicen. Usted que es de Buenos Aires debe
saber.
Le repetí que no loconocía y salí por la sala

de espera desierta. Una avenida con árboles
florecidos parecía llevar al centro. Empecé a
caminar despacio. En la esquina había un baldío
cubierto de yuyos entre los que alguien había
construido una especie de rancho sostenido por
dos árboles robustos. Un par de cuadras más allá
pasé frente a un boliche donde seis tipos jugaban
al truco y tomaban copas. Miré a través delvidrio,
sin pararme, y crucé la calle. Un aire cálido,
sereno, acariciaba las hojas de las acacias. Por la
avenida pasó un jeep del ejército en el que iban
los tipos que nos habían controlado en la estación.
Me acordé que antes de salir me había preparado
un sándwich de jamón y queso. Apoyé la valija
sobre el capó de un auto y saqué la bolsita. Seguí
andando, mordiendo el pan gomoso, mirando las...
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