Cuba y España, 1898

CUBA Y LA ESPAÑA DEL 98.1

Manuel Fernández Carcassés


Referirnos a la España del 98, en especial en lo tocante a su relación con Cuba, obliga a hacerlo desde el reconocimiento innegable a la consabida tozudez hispana para tratar sus asuntos coloniales. Cuba y Puerto Rico, que por diversas razones que no vienen al caso analizar aquí, se mantuvieron unidas a su metrópoli lejana cuandoel resto de las posesiones españolas del continente aprovechaban para alcanzar su independencia, tuvieron que pagar caro su “lealtad”. Gobiernos despóticos, incluso tiránicos, no faltaron a lo largo del siglo XIX para regir los destinos de estos territorios ultramarinos de las Antillas que, por demás, tampoco se beneficiaban con los cambios frecuentes en el poder metropolitano ni con losmovimientos revolucionarios que allí acontecían y que, a veces, parían Constituciones que tampoco contemplaban a los “de acá” a la hora de distribuir derechos y concesiones (exceptuando, lógicamente, a la Constitución de 1808).

Infructuosas fueron las sucesivas peticiones presentadas por los cubanos a las Cortes. La respuesta fue, alguna que otra vez, la expulsión de los representantes criollos alórgano consultivo.

El relativo poder que, en los gobiernos municipales, había heredado la aristocracia criolla de los siglos anteriores, naufragó paulatinamente al avanzar el siglo XIX, en la misma medida que se apretaba el lazo en torno a sus gargantas, cuando el pesado sistema impositivo y las constantes restricciones mercantiles asfixiaban la economía cubana, con particular crudeza en la parteoriental de la isla.

La Guerra de los Diez Años, primer intento masivo del pueblo cubano por su independencia, a pesar de su fracaso hizo entender a todos —menos al gobierno español— que existía la posibilidad real de derrotar por las armas al gobierno colonial y a su ejército. La pacificación lograda por Arsenio Martínez Campos fue el resultado no de los éxitos bélicos de las tropasespañolas, sino de las divisiones que, desde los propios inicios de la guerra, minaron al campo insurrecto y a su retaguardia, los emigrados radicados fundamentalmente en los Estados Unidos.

Pero en España2 todos los políticos seguían apostando a la política de mano de hierro, “con la honrosa excepción (según palabras de Eliades Acosta) de Pi y Margall, republicano avanzado que pudo mantenerse en elpoder apenas un mes y ocho días”.3

La esclavitud en las colonias antillanas de España se prolongó tanto como pudieron lograrlo las élites de poder de la Isla y de la Península. La tardía abolición de la infame institución —más de medio siglo después que en las colonias británicas— es expresión palmaria de tozudez, pero también de cortedad de miras.

Todavía a la altura de 1893, un proyecto dereforma presentado por Antonio Maura, contentivo de algunos cambios cosméticos, era fuertemente torpedeado y finalmente derrotado en las Cortes por los sectores con intereses coloniales.

Una considerable cantidad de nuevos intentos por iniciar la guerra independentista, el primero de ellos la llamada “Guerra Chiquita” —desarrollada fugazmente el propio año que culminó la Guerra de los DiezAños— aunque fracasados, eran indicador inconfundible de la necesidad de transformaciones. Así llegamos a la Guerra del 1895, peldaño superior en el movimiento cubano de liberación nacional, que “abrió una profunda grieta en la ya esquilmada economía española y desangró una vez más las filas de un pueblo que veía como sus hijos eran enviados a la Isla, en su mayoría sin probabilidades de retorno”.4Las contundentes victorias de las armas cubanas hicieron fracasar la otrora exitosa política de Martínez Campos, traído nuevamente a Cuba con la esperanza de que “pacificara” nuevamente a la Isla, pues a él se atribuía en la Península el logro de la Paz del Zanjón y el fin de la Guerra Grande, desconociéndose, de tal suerte, que fueron muchos los factores —casi todos internos de las filas...