cuento de Julio Cortazar - Todos los fuegos, el fuego

Páginas: 19 (4632 palabras) Publicado: 25 de mayo de 2013
Julio Cortazar

TODOS LOS FUEGOS EL FUEGO
Así será algún día su estatua, piensa irónicamente el procónsul mientras alza el brazo, lo fija
en el gesto del saludo, se deja petrificar por la ovación de un público que dos horas de circo
y de calor no han fatigado. Es el momento de la sorpresa prometida; el procónsul baja el
brazo, mira a su mujer que le devuelve la sonrisa inexpresiva de lasfiestas. Irene no sabe lo
que va a seguir y a la vez es como si lo supiera, hasta lo inesperado acaba en costumbre
cuando se ha aprendido a soportar, con la indiferencia que detesta el procónsul, los caprichos
del amo. Sin volverse siquiera hacia la arena prevé una suerte ya echada, una sucesión cruel
y monótona. Licas el viñatero y su mujer Urania son los primeros en gritar un nombre que lamuchedumbre recoge y repite. “Te reservaba esta sorpresa”, dice el procónsul. “Me han
asegurado que aprecias el estilo de ese gladiador.” Centinela de su sonrisa, Irene inclina la
cabeza para agradecer. “Puesto que nos haces el honor de acompañarnos aunque te hastían
los juegos”, agrega el procónsul, “es justo que procure ofrecerte lo que más te agrada”.
“¡Eres la sal del mundo!”, grita Licas.“¡Haces bajar la sombra misma de Marte a nuestra
pobre arena de provincia!” “No has visto más que la mitad”, dice el procónsul, mojándose
los labios en una copa de vino y ofreciéndola a su mujer. Irene bebe un largo sorbo, que
parece llevarse con su leve perfume el olor espeso y persistente de la sangre y el estiércol.
En un brusco silencio de expectativa que lo recorta con una precisiónimplacable, Marco
avanza hacia el centro de la arena; su corta espada brilla al sol, allí donde el viejo velario
deja pasar un rayo oblicuo, y el escudo de bronce cuelga negligente de la mano izquierda.
“¿No irás a enfrentarlo con el vencedor de Smirnio?”, pregunta excitadamente Licas. “Mejor
que eso”, dice el procónsul. “Quisiera que tu provincia me recuerde por estos juegos, y que
mi mujer dejepor una vez de aburrirse.” Urania y Licas aplauden esperando la respuesta de
Irene, pero ella devuelve en silencio la copa al esclavo, ajena al clamoreo que saluda la
llegada del segundo gladiador. Inmóvil, Marco parece también indiferente a la ovación que
recibe su adversario; con la punta de la espada toca ligeramente sus grebas doradas.
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“Hola”, dice Roland Renoir, eligiendo un cigarrillocomo una continuación ineludible del
gesto de descolgar el receptor. En la línea hay una crepitación de comunicaciones
mezcladas, alguien que dicta cifras, de golpe un silencio todavía más oscuro en esa
oscuridad que el teléfono vuelca en el ojo del oído. “Hola”, repite Roland, apoyando el
cigarrillo en el borde del cenicero y buscando los fósforos en el bolsillo de la bata. “Soy yo”,
dice lavoz de Jeanne. Roland entorna los ojos, fatigado, y se estira en una posición más
cómoda. “Soy yo”, repite inútilmente Jeanne. Como Roland no contesta, agrega: “Sonia
acaba de irse”.
Su obligación es mirar el palco imperial, hacer el saludo de siempre. Sabe que debe hacerlo
y que verá a la mujer del procónsul y al procónsul, y que quizá la mujer le sonreirá como en
los últimos juegos. Nonecesita pensar, no sabe casi pensar, pero el instinto le dice que esa
arena es mala, el enorme ojo de bronce donde los rastrillos y las hojas de palma han
dibujado sus curvos senderos ensombrecidos por algún rastro de las luchas precedentes. Esa
noche ha soñado con un pez, ha soñado en un camino solitario entre columnas rotas;
mientras se armaba, alguien ha murmurado que el procónsul no lepagará con monedas de
oro. Marco no se ha molestado en preguntar, y el otro se ha echado a reír malvadamente
antes de alejarse sin darle la espalda; un tercero, después, le ha dicho que es un hermano del
gladiador muerto por él en Massilia, pero ya lo empujaban hacia la galería, hacia los
clamores de fuera. El calor es insoportable, le pesa el yelmo que devuelve los rayos del sol
contra el...
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