Cuento de medianoche
Y, ni modo, ahora que, supongo, ya mi advertencia de poner atención ha surtido efecto, hay que aprovechar la ocasión para contarles mis cuitas, no dejarlas pasarde lado y soltarles una explicación. Aunque se- gún las buenas costumbres y determina- dos códigos para el buen desarrollo de una acción no es conveniente soltar así como así el punto medular de algoque, a quien escu- cha,hayqueírselodorandoparaquelacon- clusión les llegue con cierto conocimiento de causa, yo me veo obligado a decírselos de una vez por todas: resulta que me robaron el libro decuentos de Héctor Anaya. Sí, así fue, me lo robaron, sí, así tan sencillo como se los cuento, pero (en la vida hay un pero que siempre parece un perro que muerde), no únicamente el libro de Héctor Anaya,sino también, de pasadita y como aprove- chando el hurto, también lo que estaba es- cribiendo sobre él, ya casi listo, sólo me fal- taba por acomodarle unos detallitos, poner una coma por aquí, otrapor allá, agre g a r unos adjetivos, casi nada, ponerle el punto final como un pequeño círculo al estilo de aquel pintor del Renacimiento y decirme a mí mismo:
Hombre, pues te salió perfecta, unamara- villa de ensayo en cinco páginas escritas a mano, Mont Blanc, tinta negra, qué fregón
eres, verdad de san James Joyce y del beato Harold Bloom, así que a casita a pasar tu manuscrito a lacomputadora y sacarle unas copias...
Sí, feliz allí estaba, desayunando en una de las cafeterías de la Condesa, ya encarga- dos los huevos fritos al estilo valentino y la copa de champaña con fresas,...
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