Cuento Don Quijote

Páginas: 7 (1531 palabras) Publicado: 12 de mayo de 2012
CUENTO

Esta vez estaban Don Quijote y Sancho discutiendo con muchas ganas.
—Te digo, Sancho, que no hay nada mejor que ser caballero andante.
—Yo, lo único que sé, es que no hay nada peor que ser escudero: se pasa mucha hambre, mucho frío y se reciben muchos palos sin tener la culpa de nada —decía Sancho.
Pero no pudieron seguir hablando porque una voz atronadora los interrumpió:
—¡Altoahí, Don Quijote de La Mancha! ¡Te lo ordena el Caballero de la Blanca Luna!

Un silencio se hizo alrededor. Hasta las ranitas de los charcos dejaron de croar y prestaron atención. El que había hablado de aquella manera, era un caballero impresionante.

Al oír su nombre, la Luna se asomó oronda entre las nubes para ver qué ocurría.
—No te conozco —contestó Don Quijote—. ¡Así que díme de una vezpor todas qué es lo que quieres de mí.
—Quiero una sola cosa: ¡que confieses!
—¿Qué confiese qué?
—Que la Luna es más bella, más blanca y más pura que tu Dulcinea del Toboso.
—¡Eso sí que no! ¡Ni la Luna misma lo es! ¡Nunca diré semejante disparate!
Desde su lugar en el cielo, la Luna sintió ganas de llorar. Ella nunca había oído hablar de Dulcinea del Toboso. Miró para abajo y no la vio porninguna parte. En cambio, vio cómo Don Quijote de la Mancha se preparaba para enfrentar el Caballero de la Blanca Luna.
El valiente tomó distancia apuntando con su lanza y arremetió a todo galope en dirección a su adversario.
El Caballero de la Blanca Luna hizo lo mismo.
Chocaron los dos con mucha rabia y fuerza, y uno de ellos cayó al suelo. ¡Era el pobre Don Quijote!

Sancho, como siempre,corrió a ayudarlo, pero el Caballero de la Blanca Luna se le adelantó. Se inclinó sobre Don Quijote y le preguntó:
—¿Y?
—¡Ay! —se quejaba el caído—. ¡Ay!.. ¡No importa! Estoy seguro de que, aunque yo esté por el suelo, Dulcinea es más linda que la Luna, que el Sol y que todos los astros juntos.

—Pero... ¿cómo? ¡No puede ser! —dijo el Caballero de la Blanca Luna dando vueltas alrededor de DonQuijote.
Después sonrió, dándose importancia, y le dijo:

—Ahora que estás en mi poder, orgulloso Don Quijote, harás lo que yo te ordene. Y lo que ordeno, es: te retirarás a tu casa abandonando las armas y te quedarás allí tranquilo hasta que yo lo decida.
—¡Está bien, está bien! —rezongó Don Quijote en voz baja—. Te lo prometo. No soy el primero que sufre una desgracia como ésta. Hasta elmago Merlín vivió encerrado mucho tiempo... ¡y en una torre de aire!

Sancho creyó que Don Quijote deliraba.
—¿Es que acaso existen las torres de aire?
—Por supuesto —le explicó su amo—. ¡Para un caballero como yo, existen hasta torres de aire!

Una vez que Don Quijote se hubo repuesto de la caída y Rocinante estuvo en condiciones de caminar, emprendieron el regreso.

Don Quijote tenía quecumplir lo prometido: quedarse un año en casita, sin molestar a nadie, ocupándose de los quehaceres comunes.
—¡No puedo resignarme! Sólo me queda una esperanza: volver a ver a Dulcinea.
Sancho se rió bajito, porque él sabía muy bien quién era Dulcinea. La había conocido una vez que fue a llevarle una carta de parte de Don Quijote. Don Quijote creía que Dulcinea era una señora muy bien vestida quese pasaba el día bordando con hebras de oro. Pero Sancho sabía que Dulcinea era una pastora como todas, que se pasaba el día en el campo vigilando su rebaño.

Sí, sí. Nada había cambiado. Dulcinea no era más que Aldonza Lorenzo, una pastora.
Por suerte, Don Quijote no se confundió cuando vio la aldea ante sus ojos. Tampoco se confundió la gente de la aldea cuando los vio a él y a Sanchoaparecer a lo lejos. ¡Don Quijote, más flaco que nunca, y Sancho Panza, tan gordo como siempre!

Una sola cosa había cambiado, desde el día en que se habían ido de su aldea. Que Don Quijote, en vez de llevar el casco sobre la cabeza, llevaba un sombrero de vendas, enorme e impresionante.
Cuando terminaron de recorrer la calle principal, se separaron.
Sancho se fue a su casa.

Teresa, su mujer, y...
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