Cuento (El Extranjero)

Páginas: 14 (3484 palabras) Publicado: 28 de octubre de 2012
El extranjero (Alarcón)

El extranjero
de Pedro Antonio de Alarcón

[editar] - I -
No consiste la fuerza en echar por tierra al enemigo, sino en domar la propia cólera, dice una máxima oriental.
No abuses de la victoria, añade un libro de nuestra religión.
Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturalezanuestra, y en todo cuanto estuviere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios son todos iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia, aconsejó, en fin, don Quijote a Sancho Panza.
Para dar realce a todas estas elevadísimas doctrinas, y cediendo también a un espíritu de equidad,nosotros, que nos complacemos frecuentemente en referir y celebrar los actos heroicos de los españoles durante la Guerra de la Independencia, y en condenar y maldecir la perfidia y crueldad de los invasores, vamos a narrar hoy un hecho que, sin entibiar en el corazón el amor a la patria, fortifica otro sentimiento no menos sublime y profundamente cristiano: el amor a nuestro prójimo; sentimiento que,si por congénita desventura de la humana especie, ha de transigir con la dura ley de la guerra, puede y debe resplandecer cuando el enemigo está humillado.
El hecho fue el siguiente, según me lo han contado personas dignas de entera fe que intervinieron en él muy de cerca y que todavía andan por el mundo. Oíd sus palabras textuales
[editar] - II -
-Buenos días, abuelo... -dije yoooo.
-Diosguarde a usted, señorito... -dijo
-¡Muy solo va usted por estos caminos!...
-Sí, señor. Vengo de las minas de Linares, donde he estado trabajando algunos meses, y voy a Gádor a ver a mi familia. ¿Usted irá...?
-Voy a Almería..., y me he adelantado un poco a la galera, porque me gusta disfrutar de estas hermosas mañanas de abril. Pero, si no me engaño, usted rezaba cuando yo llegué... Puede ustedcontinuar. Yo seguiré leyendo entre tanto, supuesto que la galera anda tan lentamente que le permite a uno estudiar en mitad de los caminos.
-¡Vamos! Ese libro es alguna historia... Y ¿quién le ha dicho a usted que yo rezaba?
-¡Toma! maraco ¡Yo, que le he visto a usted quitarse el sombrero y santiguarse!
-Pues, ¡qué demonio!, hombre... ¿Por qué he de negarlo? Rezando iba... ¡Cada uno tiene suscuentas con Dios!
-Es mucha verdad.
-¿Piensa usted andar largo?
-¿Yo? Hasta la venta...
-En este caso, eche usted por esa vereda y cortaremos camino.
-Con mucho gusto. Esa cañada me parece deliciosa. Bajemos a ella.
Y, siguiendo al viejo, cerré el libro, dejé el camino y descendí a un pintoresco barranco.
Las verdes tintas y diafanidad del lejano horizonte, así como la inclinación de lamontañas, indicaban ya la proximidad del Mediterráneo.
Anduvimos en silencio unos minutos, hasta que el minero se paró de pronto.
-¡Cabales! -exclamó.
Y volvió a quitarse el sombrero y a santiguarse.
Estábamos bajo unas higueras cubiertas ya de hojas, y a la orilla de un pequeño torrente.
-¡A ver, abuelito!... -dije, sentándome sobre la hierba-. Cuénteme usted lo que ha pasado aquí.
-¡Cómo!¿Usted sabe? -replicó él, estremeciéndose.
-Yo no sé más... -añadí con suma calma-, sino que aquí ha muerto un hombre... ¡Y de mala muerte, por más señas!
-¡No se equivoca usted, señorito! ¡No se equivoca usted! Pero ¿quién le ha dicho?...
-Me lo dicen sus oraciones de usted.
-¡Es mucha verdad! Por eso rezaba.
Yo miré tenazmente la fisonomía del minero, y comprendí que había sido siempre hombrehonrado. Casi lloraba, y su rezo era tranquilo y dulce.
-Siéntese usted aquí, amigo mío...-le dije, alargándole un cigarro de papel.
-Pues verá usted, señorito... -Vaya, ¡muchas gracias! ¡Delgadillo es!...
-Reúna usted dos y resultará uno doble de grueso -añadí, dándole otro cigarro.
-¡Dios se lo pague a usted! Pues, señor... -dijo el viejo, sentándose a mi lado-, hace cuarenta y cinco años...
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