Cuento encancaranublado

Páginas: 8 (1851 palabras) Publicado: 15 de abril de 2013
Cuento encancaranublado
El cielo está encancaranublado.
¿Quién lo encancaranublaría?
El que lo encancaranubló
buen encancaranublador sería.

S

eptiembre, agitador profesional de huracanes, avisa guerra llenando los mares de

erizos y aguavivas. Un vientecito sospechoso hincha la guayabera que funge de vela
en la improvisada embarcación. El cielo es una conga encojonada para bembé depotencias.
Cosa mala, ese mollerudo brazo de mar que lo separa del pursuit of happiness. Los
tiburones son pellizco de ñoco al lado de otros señores peligros que por allí jumean.
Pero se brega. Antenor lleva dos días en la monotonía de un oleaje prolongación de
nubes. Desde que salió de Haití no ha avistado siquiera un botecito de pescadores. Es
como jugar al descubridor teniendo sus dudas deque la tierra es legalmente redonda.
En cualquier momento se le aparece a uno el consabido precipicio de los monstruos.
Atrás quedan los mangós podridos de la diarrea y el hambre, la gritería de
los macoutes, el miedo y la sequía. Acá el mareo y la amenaza de la sed cuando se
agote la minúscula provisión de agua. Con todo y eso, la triste aventura marina es
crucero de placer a la luz delrecuerdo de la isla.
Antenor se acomoda bajo el caldero hirviente del cielo. Entre el merengue del bote y
el cansancio del cuerpo se hubiera podido quedar dormido como un pueblo si no llega
a ser por los gritos del dominicano. No había que saber español para entender que
aquel náufrago quería pon. Antenor lo ayudó a subir como mejor pudo. Al botecito le
entró con tal violencia un espíritu burlónde esos que sobrevuelan el Caribe que por
poco se quedan los dos a pie. Pero por fin lograron amansarlo.
— Gracias, hermanito, dijo el quisqueyano con el suspiro de alivio que conmovió a la
vela.
El haitiano le pasó la cantimplora y tuvo que arrancársela casi para que no se fuera a
beber toda el agua que quedaba, así, de sopetón. Tras largos intercambios de
miradas, palabras mutuamenteimpermeables y gestos agotadores llegaron al alegre
convencimiento de que Miami no podía estar muy lejos. Y cada cual contó, sin que el
otro entendiera, lo que dejaba —que era poco— y lo que salía a buscar. Allí se dijo la
jodienda de ser antillano, negro y pobre. Se contaron los muertos por docenas. Se
repartieron maldiciones a militares, curas y civiles. Se estableció el internacionalismo
delhambre y la solidaridad del sueño. Y cuando más embollados estaban Antenor y
Diógenes —gracia neoclásica del dominicano— en su bilingüe ceremonia,
repercutieron nuevos gritos bajo la bóveda entorunada del cielo.
El dúo alzó la vista hacia las olas y divisó la cabeza encrespada del cubano detrás del
tradicional tronco de náufrago.
— Como si fuéramos pocos parió la abuela, dijo Diógenes,frunciendo el ceño. El
haitiano entendió como si hubiera nacido más allá del Masacre. Otro pasajero, otra
alma, otro estómago, para ser exactos.
Pero el cubano aulló con tanto gusto y con tan convincente timbre santiaguero que
acabaron por facilitarle el abordaje de un caribeñísimo ¡Que se joda! ante la rumba
que emprendió en el acto el bote.
No obstante la urgencia de la situación, el cubano tuvola prudencia de preguntar:
— ¿Van pa Miami, tú?
antes de agarrar la mano indecisa del dominicano.

Volvió a encampanarse la discusión. Diógenes y Carmelo —tal era el nombre de pila
del inquieto santiaguero— montaron tremendo perico. Antenor intervenía con un
ocasional Mais oui o unC‘est ça asaz timiducho cada vez que el furor del tono lo
requería. Pero no le estaba gustando ni un poquitoel monopolio cervantino en una
embarcación que, destinada o no al exilio, navegaba después de todo bajo bandera
haitiana.
Contrapunteado por Diógenes y respaldado por un discreto maraqueo haitiano,
Carmelo contó las desventuras que lo habían alejado de las orientales playas de la
Antilla Mayor.
— Óyeme, viejo, aquello era trabajo va y trabajo viene día y noche...
— Oh, pero en Santo...
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