Cuento Nº 111 Eduardo Blanco

Páginas: 18 (4270 palabras) Publicado: 4 de junio de 2012
Eduardo Blanco

A mi inolvidable amigo el inspirado poeta
Francisco G. Pardo

Ha transcurrido mucho tiempo y vivo está en mi alma el recuerdo de aquella noche de tentación y de extravío.
Una mala tropa de cantantes italianos inauguraba en nuestro teatro con la simpática Lucía, la temporada musical; y numerosa y festiva concurrencia, en noche tan deseada, asistía a contemplar la cruelejecución de la más bella, entre las bellas hijas del Cisne de Bérgamo.
Los más apuestos de nuestros pisaverdes, preparados de antemano a ejercitar irresistible seducción en las nuevas artistas, llenaban las lunetas y asestaban a la escena pertinaces gemelos; no obstante que, en la graciosa curva de los palcos entre guirnaldas de flores, aéreas y gasas y deslumbradora pedrería, no faltase uno solo deaquellos astros rutilantes, tantas veces descrito por el galante Fígaro,  bajo caretas mitológicas.
Atraído por los encantos de una de estas diosas tentadoras, que, aprisionado me traía en sus redes, más que por las bellezas de la infeliz Lucía, dirigime al teatro, próxima ya la hora de empezar la función con el firme propósito de hacer hablar aquellos ojos plácidos que a las veces se dignabanmirarme, y de arrancarles la anhelada promesa de mi futura dicha, o la franca manifestación de mi completa desventura.
–¡Ay! ¿Si me fuera dado penetrar sus pensamientos, sería acaso feliz? Me preguntaba a cada paso; y por el pronto, el saber a qué atenerse el hombre, respecto al sentir de los demás, me parecía condición indispensable a la felicidad.
La agitación que producía en mi ánimo lainseguridad de poseer el corazón de quien llenaba el mío de inefables delicias, a par que angustiosas dudas, me indujo a meditar, con profunda amargura, en los crueles engaños a que estamos sujetos por deficiencia de nuestras limitadas facultades morales; y despechado, extraño sentimiento de rebeldía irguiose en mi interior.
Uno de mis amigos, discutidor sempiterno, con quien desgraciadamente acerté atropezar, y a quien le espeté a quemarropa, como enrojecidas balas, mis descabellados pensamientos, tuvo la ingenuidad de declarar absurdas las ideas que habían logrado preocuparme. Empeñose, a mi pesar, acalorada discusión; tarde alcance a darle punto; llegué al teatro ya empezada la ópera, y las sentidas frases del dulcísimo alegro del dúo final del primer acto:
Verranno a te sull aure
i micisospiri ardenti.

... ... ...

que entonara la tiple a mi llegada resonaron en mi alma como un tierno reproche de la mujer amada.
Lleno de aturdimiento, cual si en efecto fueran aquellos labios, que nunca para mí se habían abierto, los que tan afectuosamente hablaran a mi oído, me apresuré a solicitar mi asiento en la platea ansioso de mostrarme a los ojos que acaso me buscaban, y pedirlesperdón por mi retardo. Pero difícil, si no imposible de realizar, era mi intento: compacto grupo de espectadores, hallábase en pie a la entrada del patio y me cerraba el paso. En vano pedí permiso para entrar, en vano supliqué; nadie me quiso oír, y obligado me vi a penetrar por fuerza, realizando mis deseos en cambio de unos cuantos codazos. Ya en la primera fila de los espectadores sin asiento,procuré distinguir el número del mío, y después de inútiles pesquisas, me convencí con pesar, que el codiciado objeto de mis pertinaces esfuerzos había sido ocupado, y que, a menos de incurrir en la descortesía de ir a arrancar del asiento al intruso ocupante, como se extrae una cuña, no había medio posible de obtenerlo.
Ella, estaba en su palco, esplendorosa, como siempre, de hermosura y candor; perodel sitio en que me hallaba, apenas si podía divisar su casta frente, iluminada por refulgente aureola. Cuatro pasos más adelante, me hubiera atraído sus miradas y alcanzado a ver todo su cuerpo. No podía, sin embargo, adelantarme tanto, por más que lo desease, sin llamar la atención. La impaciencia torturaba mis nervios; hube, con todo, de resignarme, al fin, a esperar donde me hallaba el...
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