Cuento I
Era el verano de 1959, el calor de Maiquetía era el mismo, la pegajosa humedad que asemeja al Caribe seguía ahí, realmente aunque era una Venezuela distinta a la que recordaba me sentíaigual. Habían pasado veinte años y el país todavía olía a gasolina.
El calor de la tarde era tan abrazador como el del mediodía, los rayos del sol parecían ondular ante nosotros, ya le había perdidola costumbre al trópico. No pasó mucho tiempo antes que decidiéramos tomar un carro por puesto que nos llevara hasta La Pastora.
Yo no tenía a nadie a quien buscar, ni un lugar al cual llegar, poreso no dudé en aceptar la invitación de Thiago Busscani para quedarme en una posada. Thiago, uno de los dos amigos que la guerra me había concedido, nacido en Brasil pero de padres italianos no leperdía pisada al estereotipo del latinoamericano; el otro, Simeon Calamaris, un griego que ya nada tenía que buscar en la vieja tierra, decidió acompañarnos al nuevo continente.
La posada era una casavieja y colonial, con el friso de las paredes cayéndose a pedazos, las grandes y pesadas puertas de la entrada resonaban al abrirlas y cerrarlas; la vieja decoración del interior iba cónsona con la casay la dueña, quien atendía la recepción, una mujer anciana y desgastada que no había perdido su acento extranjero.
La habitación era pequeña y estaba mal distribuida, había una cama individual y unalitera separadas por una mesa de noche que te dejaban muy poco espacio para atravesar desde la puerta hasta la gran ventana que daba a la calle, un pequeño y viejo muro interrumpía la pared de lapuerta para hacer un closet que nunca había pertenecido a los planos de la casa, carecía de holgura. Era incómoda, pero realmente no me importaba, sabía que no nos quedaríamos mucho tiempo.
Los estragosde la guerra me habían cambiado, habían cambiado al mundo en todos sus matices y Caracas también había sido víctima de las circunstancias, de una manera distinta, pero víctima al fin. La cantidad...
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