cuento
Había una vez un pueblo. La gente del pueblo era alegre y fiestera. Mendigos, señoras, abuelos y bebes iban de aquí para allá por las calles inquietas y las llenaban de colores. En el medio delpoblado había un castillo. Un edificio grande y lujoso donde vivía el emperador y sus sirvientes.
El emperador era un señor medio gordo con cara de batata que, ayudado por un ejército yalgunos ministros, trataba de gobernar el imperio. Mandaba que se hiciera todo lo que a él se le ocurría que había que hacer y castigaba al que no le hacía caso.Este emperador no era del todo igual a los otros, este le encantaba la ropa. Ponerse trajes nuevos y vistosos. Tan coqueto era este soberano que, cuando lo necesitaban para trabajar,ya se sabía: el hombre estaba metido en el ropero y era allí donde había que buscarlo.
Un día llegaron a ese pueblo dos extranjeros muy picarosque decían ser tejedores de lujo, capaces de hilar las telas más maravillosas que jamás se hubiera visto aseguraban que podían hacer trajes que se volvían invisibles para los tontos y para aquellosque no saben gobernar –deben ser trajes preciosos-pensó el emperador –si los usara podría descubrir quienes son los tontos que me rodean en el palacio y no sirven para gobernar, voy encargar a losextranjeros que me hagan uno de esos trajes mágicos. Enseguida se reunió con ellos y les dio mucho dinero para empezar a trabajar. Los falsos tejedores se acomodaron en una de las torres del palacio yfingieron trabajar en sus telares que eran invisibles.
En el pueblo no se hablaba de otra cosa. Todos sabían lo mágicas que eran estas telas que se hilaban en palacio y no veían el momento deapreciarlas. De averiguar quiénes eran los tontos. El emperador mando a uno de sus más viejos y honestos ministros a visitar a los tejedores, de modo que el ministro fue al taller donde trabajaban los...
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