cuento


Minutos de amor, un café y un adiós
Ma. Cecilia Rivas Undurraga
1
Él, algo mayor que yo, con la seriedad y parsimonia que siempre le caracterizaba. Claro, preciso y elegante. Sus cabellos grises, teñidos por los años.
Yo, una mujer niña; loquilla, con ese extraño estilo que mezclaba lo gitana y lo aristócrata. Soñadora, parlanchina, juguetona y casi insolente, con la necesidad deaflorar de mis labios verborrea de ideas y anhelos no cumplidos, pero claramente marcada por el peso de los años, tal vez pocos, tal vez muchos. En fin, años.
Pleno verano, era 14 de febrero, un café en Providencia, un encuentro azaroso, miradas extraviadas, palabras discordantes, emoción reprimida, dolor, pena, historias no contadas, mundos distintos, amor dormido.
Solo veinte minutos para compartirla tibieza del momento, un cigarro, comentarios vagos y sin importancia, palabras de buena crianza.




Él pregunta: ¿estás bien?
Yo respondo: si, ¿y tú?
Él sonríe y agrega: Supe que la tía falleció, lo lamento.
Yo confirmo con mirada triste.
Largo rato, mientras el ruido de la concurrida Avenida Pedro de Valdivia zumbaba en nuestros oídos, nos miramos con timidez, casi con vergüenza. Depronto sonó el teléfono, una reunión esperaba por él.
Se levantó, me ofreció las disculpas, pagó la cuenta y partió con rapidez. Avanzó unos pasos, y volvió la mirada… yo la tenía clavada en él. Sonreí, sonrió.

2
Nuestra historia nacía en la década de los 80’, tiempos impregnados de discordia, dolor, incomprensión, diferencias, disputas, abusos y desencuentros. Todos luchábamos por crecerentendiendo el porqué de las cosas, con padres y familias que a veces no tenían, ni encontraban las palabras exactas para explicarnos lo que vivíamos.



Éramos niños, el tenía 16 años y cursaba 3° medio en el Liceo Lastarria, y yo con apenas 12 años, realizaba mis estudios en las “Monjas Argentinas”, ambos hijos de familias luchadoras, de distintos colores, de diferentes crianzas e historias,con enfoques y culturas distintas. Él, de la ciudad, yo, medio provinciana.
Su padre y su madre eran comerciantes, tenían el “típico negocio de barrio”, ese que surtía a los vecinos de todo lo necesario, eran tiempos distintos, no había mall, ni centros comerciales, si hasta el aceite se vendía por litros y en botellas de vidrio. Su familia vivía el día a día, jugándoselas por lograr, al caer lanoche, cerrar su negocito con buenas ganancias que les permitieran solventar sus gastos más básicos. Sin embargo, al hacer la caja cada término de jornada, su madre era quien se encargaba de actualizar la lista de los productos “fiados”, pues muchos eran los que llegaban, con ojos brillantes y una sonrisa humillante en el rostro, pidiendo: “me anota para la quincena”, “me anota para fin de mes”.¡Qué hacer entonces!, bien sabían ambos que fiar impactaba en la recaudación, mas la nobleza de sus almas era inmensa, y accedían con plena confianza, creyendo que el pago llegaría oportuno, y en la fecha comprometida.




Mis padres eran uniformados. Mi papá, Mayor de Carabineros. Mi mamá, trabajaba para el Ejército, era Licenciada en Estadísticas, carrera novedosa por aquellos años para unamujer. Claramente ambos no lo pasaban bien, era cierto que amaban sus profesiones, pero los tiempos eran duros, el temor se apoderaba muchas veces de ellos, no lo decían, pero se les notaba, y yo rezaba cada mañana y cada noche por verlos volver a casa.
Reconozco que hubo “privilegios” que me ayudaron a disfrutar algunas regalías, reservadas, tal vez, sólo a los segmentos económicos máspudientes, pero debo aclarar que el mito que los uniformados obtienen todo gratis, no era, ni es real. Ciertamente había subvenciones, pero mis padres pagaban por nuestra casa, por nuestra educación y salud, como cualquier ciudadano común y corriente. Para hacerlo trabajaban mucho, largas eran las horas de soledad, largas las esperas, muchas la navidades y cumpleaños sin ellos, muchas las ofensas...