Cuento

Paseo
Nos movíamos de un lado a otro, medio dormidos. Teníamos nuestra ración de paz espiritual todas las semanas, todos los días, hora a hora, siempre puntual. De vez en cuando, nos daba porllorar. Éramos los solitarios de la ciudad, motivo suficiente para sentirse desdichado. Pero el llanto era a veces de alegría, como cuando sacábamos a pasear a Henry, nuestro perro imaginario. Dejábamosque nos llevara a donde quisiera, merodeaba en su propio espacio lleno de signos diferentes: olores. Sus movimientos describían formas irregulares y sin sentido, pero si te detenías tan solo un momentoa pensarlo, todo adquiría significación. Cada trayecto, cada bamboleo de su cabeza o su cola, sus gestos agresivos o calmos, cada uno supremamente justificado. A ratos nos asaltaba una ligera envidiahacia Henry, él al menos olía, por eso se movía. Nosotros teníamos carros y asfalto y semáforos y ascensores… pero no olíamos, nuestra vista funcionaba a veces y mal, nuestro tacto, no existía,nuestro oído tenía un filtro desdeñoso que solo nos permitía escuchar palabras novedosas cuando dormíamos. Nuestros intestinos semejaban a veredas percudidas por el trajín. Así que todo andaba mal ennuestro cuerpo. Paseábamos por la calles de la ciudad con Henry y él era el único sano, por eso lo seguíamos. Siempre con la nariz al ras del suelo, la nuestra no podía llegar ni tres centímetros pordebajo de donde estaba, era preferible morir a intentarlo. En cambio sus pasos sí que los seguíamos. Primero tres círculos, luego recto un rato hasta un poste, luego cruzaba la pista solo para volver sobresus pasos de improviso, nosotros detrás, cada vez más desconcertados pero entendiendo, plenamente conscientes de la trascendencia de los movimientos de Henry, nuestro perro imaginario, el que olía,el único sano, el que se amargó un día, sí, se amargó, ladró, nos ladró a los dos, porque nos distrajimos unos segundos y lo dejamos de imaginar. Fue un niño triste el que nos distrajo. Volteé hacia...