Cuento

Páginas: 6 (1349 palabras) Publicado: 26 de enero de 2014
Los olvidos del Brus
Por Javier Luque, Jotajota

Del Brus —nadie sabía su verdadero nombre— decían que era un tipo acabado. Laura, la cigarrera, que desde que un cliente le regaló 120 páginas sin lluvia hacía poesía de cualquier cosa, afirmaba que le había abrasado el sol de los juguetes rotos. Ella lo conocía desde niño y mantenía que así es cómo acaba quien ha tenido un padre borracho.Podía ser cierto, pero una persona menos tolerante con la debilidad femenina que Laura diría que una madre «grupi», con una estufa por coño, no ayudó mucho. Sin embargo el Brus, que hablaba poco, decía que el culpable era Bruce Springsteen. Thunder Road, bautizó el Brus a su acústica Gibson color butano porque la primera vez que oyó un arpegio de esa misma canción, punteado por el Boss, supo concerteza lo que deseaba hacer. Rebobinó la casete y juró que el resto de su vida lo dedicaría a la música, hasta que compusiera algo igual de bueno.
—Ingenuo, así es él: un loco ingenuo —añadió Fran la tarde de tormenta que me lo contó.
Situadas frente a nosotros, en la barra, un metro de botellas irrellenables rellenas por Fran de güisqui de garrafón parecían a la espera de que el Brus preparara losinstrumentos sobre la pequeña tarima, a punto para la actuación de la noche. Tuve que contenerme para no decirle a Fran que más estúpido era partir cabezas con un bate de béisbol o nueces con una recortada; y a eso dedicaba yo mi vida.
El Brus invirtió unos minutos en afinar una de sus guitarras con el esmero que dedica un cocinero al filo de su cuchillo, yo seguí en silencio, como si inyectarcon una jeringuilla dosis de güisqui en una botella fuera la actividad más inteligente en que ocupar el tiempo, y Fran no desperdició la oportunidad de rematar el discurso con una de sus frases:
—Aunque te lo encuentres en el lavabo, un tenedor jamás será un buen peine.
Años después de que la guitarra entrara en su vida, lejos ya la inocencia púber, nos habituamos a ver al Brus callejear con lamirada extraviada propia de un gato melancólico, la Gibson a la espalda, la armónica en la boca, recorriendo las aceras vestido con unos tejanos viejos y una mugrienta camisa de franela a cuadros, con las mangas bajadas aunque fuera el mes de agosto. Muchos le habían olvidado, otros jamás le reconocieron y casi todos huían de él con igual premura que la impresa a sus pasos por la luz centelleantede un coche patrulla. El Brus era un zombi escapado del tanatorio, hasta la luz de una bombilla le hacía bizquear. Y ni así era único, solo uno más entre los cadáveres en busca de otra dosis del matarratas que ya los ha matado un millón de veces.
—No fue generosidad —negó Fran con la cabeza—, había que hacer algo con el negocio y nada tan lucrativo como los meses en los que el saxofonista rusoamenizó las noches con su jazz doliente; pero a los muertos cuesta encontrarles recambio. A este tuve que mantenerle limpio, vigilar que no se taladrara los brazos con la inquina con la que un zapatero hunde su lezna en una suela. ¿Pero quién mejor que él? Obsérvale. Dime, ¿quién puede enamorarse de un tipo así?
Empujé hacía Fran la botella que acababa de rellenar y obedecí. Lo que vi parecíadarle la razón.

Después de aquella tarde, estuve meses alejado del lugar por un problema que me mantuvo enjaulado. A mi regreso, reconocí su voz nada más empujar la puerta y al instante comprendí que esa era la canción que él perseguía desde niño. Maldito cabrón, al final lo ha conseguido, pensé, y supuse que si cuando yo iba a diario no la había oído, es que hacía poco que el Brus la habíacompuesto. Bajé las escaleras y descubrí que el bar estaba lleno, a rebosar, como no lo recordaba desde las noches lejanas de jazz saxofónico. Recorrí con la mirada el local y un cierto malestar se instaló en mi ánimo; demasiadas mujeres con la mirada lánguida, aunque me pareció que el músico, rodeado de todos los instrumentos de una orquesta, tocaba y cantaba como si no las viera. Ojalá sea así y no...
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