cuento
Juego al billar con un desconocido. Sólo tiramos la bola blanca contra las bandas. Hacemos carambolas. Me gustan los tiros a dos bandas con efecto de retorno. Parecen difíciles. Pero no. Pura geometría.
Pierdo el primer partido. Pago las cervezas. Estamos en el portal de un bar en la playa. En julio hay mucho calor y humedad. No corre brisa. A cincuenta metros de nosotroslas olas se deshacen suavemente sobre la arena. Pero no se oyen y no hay olor a salitre. Nada. Sólo el billar y este tipo contra mí. Una muchacha de unos veinte años entra al portal y se sienta a una mesa. Está acompañada por un hombre y una mujer Todos jóvenes. Deben de ser orientales: medio indios, medio mulatos. Serios. No hablan. Campesinos de vacaciones, recién llegados. Exploran el terreno.Piden algo de beber. Ella me observa. Yo también la miro. Es hermosa, pero no quiero problemas con mujeres jóvenes. Hace seis meses un médico me insertó una perla metálica bajo la piel. Dos centímetros detrás del glande, por la parte superior. Me cobró cinco dólares. Su consultorio es un poco asqueroso, con moscas y guasasas. Seguramente hay cucarachas y ratones. Le dije: «Mañana vengo a curarme, síno se infecta te doy cinco más.» Lo hizo perfectamente y ahí está la perla. En realidad es una esfera de acero inoxidable de cuatro milímetros de diámetro. Sólo tengo que introducir el glande y calcular al tacto para frotar la perla contra el clítoris. Y listo. Tienen un orgasmo tras otro, hacen adicción a la perla y me persiguen. Quieren repetir la dosis todos los días y no sé dónde esconderme.Es así. A veces la vida avanza incoherentemente. Con flujos y reflujos. No siempre. Sólo a veces.
Ahora debo ser precavido. Un tigre debe escoger con cautela a su presa. Ignoro a la india oriental y sigo con el billar loco. Me concentro. Hago un esfuerzo y no miro más a esa muchacha. Hay miles como ella. Hago carambolas. Marco dos tantos. Quedan tres bolas. El otro tira y falla. Tiro y marco untanto. Quedan dos bolas. Cinco tiros más y las dos bolas en las troneras. El tipo me paga una cerveza y se va. Los orientales también se frieron. Me siento a beber. Hay una música insoportable. Dejo la cerveza a medias y me voy. En definitiva no me gusta. Siempre bebo ron. Son las once y media de la noche. Al frente hay una discoteca rebosante de gente joven. Un poco más allá hay un kiosco dondevenden pollo frito y bebidas. Ahí trabaja Lena. En días alternos. Hemos hablado un par de veces. Tiene los ojos verdes. O azules. Dos hijos. Cuarenta años. Fue enfermera y es alegre, hasta cierto punto. Controla bien a los clientes. Los mantiene a distancia. Sobre todo porque siempre trabaja tras el mostrador. Conmigo ha sido benévola. Me ha sonreído dos o tres veces y hemos hablado. Me gusta.Cuando no estoy enamorado me gustan casi todas. Sólo dejan de gustarme cuando concentro mi energía y mi espíritu en una sola. A veces sucede. Por un tiempo. Después comienzo desde cero nuevamente. Es trágico y agotador. Me acerco al kiosco. Pregunto a una empleada por Lena.
—Esta noche no trabaja. Entra a las siete de la mañana.
—Gracias.
Sigo caminando. Gente joven. Calor y humedad,moscas y olor a pudrición. Estoy muy haragán con tanto calor. A veces me gustaría volver cada verano a Suecia. A pesar del aburrimiento y del panorama tan insípido y de la hosquedad deliberada que utilizan para otorgar visados. Sólo de pensarlo me falta el aire. Sigo caminando hasta la orilla del mar. Camino sobre la arena, respiro profundamente. Cierro los ojos y lleno los pulmones.
Así me quedotranquilo unos minutos. Escucho el leve rumor del mar y siento que la serenidad comienza a desplazar a la ansiedad. Oigo un portazo y voces de mujeres. Discuten. Miro a mis espaldas y allí están las lesbianas. A cincuenta metros de la orilla del mar tienen una pequeña casa junto a una cafetería arruinada, clausurada hace años. Al otro lado de la casita disponen de un pedazo de terreno enyerbado y...
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