Cuento
Ernesto
Tohe
En el paralelo de su vida habría sonreído con el sol que tenía encima. Hoy en cambio, Ernesto no tenía lentes de sol, el calor se encerraba dentro del auto, no tenía aire acondicionado y el aire se le pegaba a la camisa.
Tenía casa, perro, esposa, un par de hijos y un sueño: no existir hoy, quizás mañana, pero no hoy. En el pasado, en elpretérito o en el futuro de años más tarde, cuando todo lo hecho, hecho estaba y sólo le quedaba tomar té con limón y jugar al bingo. En los eternos meses de primavera había elegido sus números: un cuatro, un seis, un veintitrés, un cuarenta y cinco, un ochenta y dos y un treinta y tres.
Eternos meses de primavera porque hacía calor –como ahora lo hacía-, porque tenía que remodelar la casa –cosaque una gotera en la noche con agrado le hacía el recuerdo-, porque tenía que pagar el colegio de sus niños –aún cuando una mirada de piedad no alcanzó eliminar sus deudas. En cierta parte seguían siendo eternos meses de primavera, pesados, molestos. Como una piedrita en el zapato, como una etiqueta en la ropa nueva.
En esos meses, la única que en sus viajes por la mañana escuchaba y hablaba eraSandra. Ernesto conducía y su hijo Diego parecía existir en silencio en el asiento de atrás. Cada mañana la puerta se cerraba en Agustinas, con un portazo como el único beso de despedida que tenía Sandra para Ernesto. Cada mañana estacionaba a un par de calles del colegio de Diego, avergonzado por tener que recibir un beso de su papá y tener que viajar en un Lada del 97. Un lada del 97, queErnesto pudo apenas pagar. Uno que reflejaba las palabras de su dueño, quién nunca mentía al decir que su trabajo mucha plata no le daba. Tampoco mentía cuando decía que no tenía muchos amigos en la pega. Tampoco lo hacía cuando decía que le encantaba su trabajo. Juntando, separando, escribiendo papeles, trabajos para quitarse la piel y vestirse de máquina. Una para no pensar y dejaba volar el alma porsu nariz, volando por pretéritos y futuros. Entre esos pretéritos se acordaba de su casa allá lejos, allá un par de regiones más abajo. Entre Araucanía y Bío-Bío. Allá dónde se juntaba agua con la tierra y raíces. Allá dónde había conocido a la Sandra, en una fonda, vestida de china y él de huaso. Parece que se enamoraron y parecía que después habían tenido un par de hijos. Ernesto no se acordababien cuando fue que se quedó dormido enamorado o cuando fue que se despertó atrás de un escritorio, tomando llamadas y juntando papeles.
En eternos meses de primavera, entre 20 días de trabajo, a veces un día, se convertía en días como hoy. Hoy mismo se cumplía la tercera vez en el año. La tercera vez que bajo un par de cuadernos antiguos de colegio se había encontrado con Daniel Defoe y a sucompadre Crusoe o a su yunta Stevenson y su isla del tesoro. Era la tercera vez y se acordaba de cada una de las anteriores porque en el año siempre pasaba tres veces. Era una cábala. Siempre volvía para encontrárselos, para echarles una mirada, para leer un par de capítulos y luego dejarlos descansar por otro par de meses más. Un analgésico ocasional contra dolores existenciales ocasionales. Paradolores de melancolía y niñez perdida. A veces dudaba, pero aún así los ingería con morboso ritmo. Sintiendo como de a poquito por el calcetín se le metía la piedrita del existencialismo. La astilla debajo de la uña. Dosis de dolores existenciales compuestas de recuerdos y olvidos de lo que no fue para ser hoy Ernesto.
Recordando y olvidando al Ernesto que vivía el mundo –ese mismo que estabaafuera de la ventana-, con mochila a la espalda, bebiendo aventuras y durmiendo bajo las estrellas. Sentía a veces envidia, una que calaba hondo. Sentía envidia de sí mismo, envidia por los Ernestos de sueños despiertos. –Que estúpido, que pelotudo –pensaba-, que… cierto.
Días como hoy era cuando llegaba casi a la madrugada, aún cuando fuese un lunes o un miércoles. Cuando llegaba con una...
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