Cuento

Páginas: 8 (1957 palabras) Publicado: 13 de marzo de 2015
I
      Que el doctor Z es ilustre, elocuente, conquistador; que su voz es profunda y vibrante al mismo tiempo, y su gesto avasallador y misterioso, sobre todo después de la publicación de su obra sobre La plástica de ensueño, quizá podríais negármelo o aceptármelo con restricción; pero que su calva es única, insigne, hermosa, solemne, lírica si gustáis, ¡oh, eso nunca, estoy seguro! ¿Cómonegaríais la luz del sol, el aroma de las rosas y las propiedades narcóticas de ciertos versos? Pues bien; esta noche pasada, poco después que saludamos el toque de las doce con una salva de doce taponazos del más legítimo Roederer, en el precioso comedor rococó de ese sibarita de judío que se llama Lowensteinger, la calva del doctor alzaba, aureolada de orgullo, su bruñido orbe de marfil, sobre elcual, por un capricho de la luz, se veían sobre el cristal de un espejo las llamas de dos bujías que formaban, no sé cómo, algo así como los cuernos luminosos de Moisés. El doctor enderezaba hacia mí sus grandes gestos y sus sabias palabras. Yo había soltado de mis labios, casi siempre silenciosos, una frase banal cualquiera. Por ejemplo, ésta: «¡Oh,si el tiempo pudiera detenerse!». La mirada que eldoctor me dirigió y la clase de sonrisa que decoró su boca después de oír mi exclamación, confieso que hubiera turbado a cualquiera.
      -Caballero -me dijo saboreando el champaña-; si yo no estuviese completamente desilusionado de la juventud; si no supiese que todos los que hoy empezáis a vivir estáis ya muertos, es decir, muertos del alma, sin fe, sin entusiasmo, sin ideales, canosos pordentro; que no sois sino máscaras de vida, nada más... sí, si no supiese eso, si viese en vos algo más que un hombre joven de fin de siglo, os diría que esa frase que acabáis de pronunciar: «¡Oh, si el tiempo pudiera detenerse!», tiene en mí la respuesta más satisfactoria.
      -¡Doctor!
     -Sí, os repito que vuestro escepticismo me impide hablar, como hubiera hecho en  otra ocasión.
      -Creo-contesté con voz firme y serena- en Dios y su Iglesia. Creo en los milagros. Creo en lo sobrenatural.
      -En ese caso, voy a contaros algo que os hará sonreír. Mi narración espero que os hará pensar.
      En el comedor habíamos quedado cuatro convidados, además de Minna, la hija del dueño de la casa: el periodista Riquet, el abate Pureau, recién enviado por Hirch, el doctor y yo. A lo lejosoíamos en la alegría de los salones la palabrería usual de la hora primera del año nuevo: Happy New Year! Happy New Year! ¡Feliz Año Nuevo!
       El doctor continuó:
       -¿Quién es el sabio que se atreve a decir esto es así? Nada se sabe. Ignoramus et ignorabimus. ¿Quién conoce a punto fijo la noción del tiempo? ¿Quién sabe con seguridad lo que es el espacio? Va la ciencia a tanteo, caminandocomo una ciega, y juzga a veces que ha vencido cuando logra advertir un vago reflejo de la luz verdadera. Nadie ha podido desprender de su círculo uniforme la culebra simbólica. Desde el tres veces más grande, el Hermes, hasta nuestros días, la mano humana ha podido apenas alzar una línea del manto que cubre la eterna Isis. Nada ha logrado saberse con absoluta seguridad en las tres grandesexpresiones de la Naturaleza: hechos, leyes, principios. Yo, que he intentado profundizar en el inmenso campo del misterio, he perdido casi todas mis ilusiones.
       Yo, que he sido llamado sabio en Academias ilustres y libros voluminosos; yo, que he consagrado toda mi vida al estudio de la humanidad, sus orígenes y sus fines; yo, que he penetrado en la cábala, en el ocultismo y en la teosofía, quehe pasado del plano material del sabio al plano astral del mágico y al plano espiritual del mago, que sé cómo obraba Apolonio el Tianense y Paracelso, y que he ayudado en su laboratorio, en nuestros días, al inglés Crookes; yo que ahondé en el Karma búdico y en el misticismo cristiano, y sé al mismo tiempo la ciencia desconocida de los faquires y la teología de los sacerdotes romanos, yo os digo...
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