Cuento
A través de grandes mares arboladas, llevábamos dos días en medio del golfo de Penas luchando contra un temporal del noroeste. Era esa mar gruesa, pesada, que como montañas de agua queda bailando después de la tempestad; la mar de ese golfo que poco tiempo atrás había hecho registrar a la escuadra norteamericana el temporal más grande soportado en susúltimos cuarenta años de navegación por todas las latitudes del globo.
Entre ola y ola nuestro barco se recostaba como un animal herido en busca de una salida a través de ese horizonte cerrado de lomos movedizos y sombríos.
—¡Agárrate, viejo! —dijo un marinero, haciendo rechinar sus dientes y contrayendo la cara como si un doloroso atoro le anudara las entrañas. El barco, cual si lo hubieraescuchado, crujió al borde de una rolada de cuarenta y cinco grados, y fue subiendo quejosamente sobre el lomo de otra ola, semirrecostado, pero ya libre de la vuelta de campana o de la ida por ojo.
La cerrazón de agua era completa. Arriba, el cielo no era más que otra ola suspendida sobre nuestras cabezas, de cuya comba se descargaba una lluvia tupida y mortificante.
De pronto, emergiendo de lacerrazón, apareció sobre el lomo de una ola una sombra más espesa; otra ola la ocultó; y una tercera la levantó de nuevo, mostrándonos el más insólito encuentro que pueda ocurrir en estos mares abiertos: un bote con cinco hombres.
Raro encuentro, porque por ese golfo sólo se aventuran buques de gran tonelaje. El nuestro, con sus trece millas de máquina, hacía más de veinticuatro horas queestaba luchando por atravesarlo de sur a norte, y una cáscara de nuez, como ese bote minúsculo, no podía tener la esperanza de hacerlo con ese tiempo en menos de una semana hasta el faro San Pedro, primeros peñones de tierra firme que se hallan al sur del temido golfo.
En medio de los ruidos del temporal, la campana de las máquinas resonó como un corazón que golpeara sus paredes de metal y elbarco fue disminuyendo su andar.
Era un bote de ciprés, rústico, ancho, de gruesas cuadernas que mostraban su pulpa sonrosada de tanto relavarse con el agua del mar y de la lluvia. Los cuatro bogadores remaban vigorosamente, medio parados, afirmando un pie en el banco y el otro en el empalletado, y mirando con extraña fijeza al mar, especialmente en la caída de la ola, cuando la falda de aguaresbalaba vertiginosamente hacia el abismo. El patrón, aferrado a la caña del timón, iba también de pie, y con una mano ayudaba al remero de popa con un envión del cuerpo, con el que parecía darles fuerza a todos, que, como un solo hombre, seguían el compás de su impulso. De tarde en tarde algún lomaje labrado escondía al bote, y, entonces, semejaban estar bogando suspendidos en el mar por un extrañomilagro.
Cuando estuvo a la cuadra, le lanzaron un cabo amarrado a un escandallo, que el remero de proa ató con vuelta corrediza a un eslabón apernado en su barco. La cercanía se hacía cada vez más peligrosa. Las olas subían y bajaban desacompasadamente al buque y al bote, de tal manera que, en cualquier momento, podría estrellarse el esquife haciéndose pedazos contra los costados de fierrodel barco. Una escalerilla de cuerdas fue lanzada por la borda y, cuando la cresta de una ola levantó el bote hasta los pescantes mismos del puente, en la bajada, de un salto, el patrón se agarró a la escalera y trepó por ella con la agilidad de un gato. Puso pie en cubierta, y como una exhalación ascendió por las escaleras hasta el puente de mando.
Arriba, patrón y capitán se encerraron en lacabina. Estábamos a la expectativa. Los remeros manteníanse alejados a prudente distancia con su cáscara de nuez; el barco encajaba la proa entre las olas y la levantaba como una cabeza cansada, sacudiéndola de espumas. El contramaestre y los marineros estaban listos con la maniobra para izar el bote a bordo en cuanto el capitán diese la orden.
Los minutos se alargaban. ¿A qué tanta demora...
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