CUENTO13ABRIL2015

Páginas: 37 (9102 palabras) Publicado: 12 de abril de 2015
Todos sabíamos que tarde o temprano el mar se iba a salir, y que ella, la Zurda, estaría en peligro.
Por lo común, las aguas desbordaban por Cantolao, la playa que está sobre el lado derecho de La Punta, pero esa vez, quizá porque era noche de luna, y esta apenas asomaba tras la neblina, se salían por la ribera izquierda, en la Arenilla. Altas y espumosas, las olas reventaban ferozmente, justoen el extremo de la calle Medina, y golpeaban contra la casa donde vivía la Zurda, un caserón tipo barco con ventanas ojo de buey y balcones de pasamanos tubulares, en distintos niveles, que imitaban las cubiertas y el puente de mando.
Aquella casa no la alquilaba nadie desde hacía cuatro temporadas. Las mareas devoraban los terrenos de su entorno —aún, en 1961, no se había construido elrompeolas—, socavando las bases de una antigua vereda cuyos restos de pavimento sobresalían como trampolines. Además, el ala de servicio era inhabitable: el oleaje entraba por la puerta falsa y mantenía el garaje permanentemente inundado. Se utilizaba, en suma, un tercio de la casa, libre de grietas, musgo y humedad, que era espacio suficiente para la temeraria familia de la Zurda, padre, madre y un hermanitode cinco años.
Pero cuando esa noche por fin el mar se salió y, durante varias horas, la casa quedó rodeada de agua, un nuevo temor se instaló entre nosotros. Desplazando a un segundo plano que la casa pudiera venirse abajo, mi primo Mario y yo, y la mayoría de muchachos con quienes habíamos ido a curiosear los estragos de la desgracia ajena, reparamos al unísono, inquietos y sumamente ofendidos,que a partir de entonces la Zurda se exponía a un peligro mayor: un enamorado.
La Zurda era la chica nueva del barrio y también la más bella del planeta. Tenía catorce años, una sonrisa de ensueño y unos pechos que inflaban maravillosamente sus blusas. Era, en realidad, una delicada niña con tetas. Su padre, según se decía, venía de Yugoslavia —Marovich era el exótico apellido paterno; ella sellamaba Irina—, y de él había heredado los ojos verdes y unas finas hebras de oro que relumbraban en su cabello.
—Es una ricura —decíamos entonces—, pero nosotros la vemos doblemente rica porque está llena de misterio.
Ella, en efecto, no hablaba con nadie, no tenía amigas ni ganas de tenerlas y, en las mañanas, cuando iba a tomar el sol a la playa, llevaba un libro del cual no despegaba los ojos.(Desde el primer día advertimos que cogía aquel libro —una edición en rústica de Veinte poemas de amor y una canción desesperada— empleando la mano izquierda). Para decirlo de una vez, se dejaba adorar, y en consecuencia todos soñábamos con ella y nos volvíamos locos de emoción, aunque disimulando, al verla pasear por el malecón Pardo con sus zapatos bicolores de punta redonda y sus mediecitascubanas.
Tres semanas llevaba viviendo en aquella ruinosa casa que olía a naufragio cuando de pronto nos cayó el baldazo de agua fría. El enamorado, que apareció esa noche en una moto aparatosa, llena de cromos y ruidos atronadores en el escape, era el primer rocanrolero con casaca de cuero que se veía en Lima. Tal parafernalia, ahora, no es de mucho interés. Pero en esos plácidos días, para la genteque contaba entre nueve y quince años, y que se movía en La Punta —impecable balneario que prolongaba la atmósfera refinada de la belle époque—, una presencia semejante detenía la respiración.
—¿Alguien lo conoce? —preguntó mi primo Mario.
Cinco muchachos, en shorts, descalzos, sosteniendo las zapatillas en las manos y avanzando lentamente con el agua hasta los tobillos, clavamos la mirada en elintruso. El mar se había salido casi dos cuadras.
—Yo —dijo Agustín, el menor de los Mendieta Solana.
Todos nos volvimos, sorprendidos:
—¿Lo conoces? —habló el Bebe Souza.
—Sí —murmuró Agustín—. Es de Chucuito. Su padre tiene un taller de mecánica donde mi papá arregla el carro. Chucuito quedaba en las afueras de La Punta y, si bien no era una zona de mal aspecto, como las había en el Callao,...
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