Cuentos de Amor de Locura y de Muerte

Páginas: 189 (47195 palabras) Publicado: 13 de diciembre de 2015
Cuentos de Amor de Locura y de Muerte

#Cuentos de Amor de Locura y de Muerte#
HORACIO QUIROGA
1917
#INDICE#
Una estación de amor
Los ojos sombríos
El solitario
La muerte de Isolda
El infierno artificial
La gallina degollada
Los buques suicidantes
El almohadón de pluma
El perro rabioso
A la deriva
La insolación
El alambre de púa
Los Mensú
Yaguaí
Los pescadores de vigas
La miel silvestre
Nuestroprimer cigarro

La meningitis y su sombra

#UNA ESTACION DE AMOR#
#Primavera#
Era el martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso, ya aloscurecer, y mientras deshacía un
paquete de serpentinas, miró alcarruaje de delante. Extrañado de una cara que no había visto la
tardeanterior, preguntó a sus compañeros:
—¿Quién es? No parece fea.
—¡Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosaasí, del doctor
Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece…

Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Erauna chica muy joven aún, acaso no más
de catorce años, perocompletamente núbil. Tenía, bajo el cabello muy oscuro, un rostro desuprema
blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonioexclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules, largos,
perdiéndosehacia las sienes en elcerco de sus negras pestañas. Acaso un pocoseparados, lo que da, bajo
una frente tersa, aire de mucha nobleza ode gran terquedad. Pero sus ojos, así, llenaban aquel semblante
enflor con la luz de su belleza. Y al sentirlos Nébel detenidos unmomento en los suyos, quedó
deslumbrado.
—¡Qué encanto!—murmuró, quedando inmóvil con una rodilla sobre alalmohadón del surrey. Un
momento después lasserpentinas volaban haciala victoria. Ambos carruajes estaban ya enlazados por el
puentecolgante de cintas, y la que lo ocasionaba sonreía de vez en cuando algalante muchacho.
Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas, cochero y aúncarruaje: sobre el hombro, la cabeza,
látigo, guardabarros, lasserpentinas llovían sin cesar. Tanto fué, que las dos personassentadas atrás se
volvieron y, bien quesonriendo, examinaronatentamente al derrochador.
—¿Quiénes son?—preguntó Nébel en voz baja.
—El doctor Arrizabalaga; cierto que no lo conoces. La otra es lamadre de tu chica… Es cuñada del doctor.
Como en pos del examen, Arrizabalaga y la señora se sonrieranfrancamente ante aquella exuberancia de
juventud, Nébel se creyó en eldeber de saludarlos, a lo que respondió el terceto conjovialcondescencia.
Este fué el principio de un idilio que duró tres meses, y al que Nébelaportó cuanto de adoración cabía en su
apasionada adolescencia.Mientras continuó el corso, y en Concordia se prolonga hasta horasincreíbles,
Nébel tendió incesantemente su brazo hacia adelante, tanbien, que el puño de su camisa, desprendido,
bailaba sobre la mano.
Al día siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez elcorso sereanudaba de noche con batalla de
flores, Nébel agotó en un cuarto dehora cuatro inmensas canastas. Arrizabalaga y la señora se
reían,volviéndose a menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de Nébel.Este echó una mirada de
desesperación a sus canastas vacías; mas sobreel almohadón del surrey quedaban aún uno, un pobre ramo
desiemprevivas y jazmines del país. Nébel saltó con él por sobrelarueda del surrey, dislocóse casi un
tobillo, y corriendo a lavictoria, jadeante, empapado en sudor y el entusiasmo a flor de ojos,tendió el ramo
a la joven. Ella buscó atolondradamente otro, pero nolo tenía. Sus acompañantes se rían.
—¡Pero loca!—le dijo la madre, señalándole el pecho—¡ahí tienesuno!
El carruaje arrancaba al trote. Nébel, que había descendido delestribo, afligido, corrió yalcanzó el ramo
que la joven le tendía,con el cuerpo casi fuera del coche.
Nébel había llegado tres días atrás de Buenos Aires, donde concluía subachillerato. Había permanecido allá
siete años, de modo que suconocimiento de la sociedad actual de Concordia era mínimo. Debíaquedar aún
quince días en su ciudad natal, disfrutados en plenososiego de alma, si no de cuerpo; y he ahí que desde el
segundo...
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