Cuentos de navidad

Páginas: 31 (7608 palabras) Publicado: 14 de octubre de 2013
—Nos olvidamos del ketchup —dijo.
—Lo siento —dijo un vocecita del interior de la mesa, y apareció el ketchup.
En cuanto a la habitación, pensó George Hadley, a sus hijos no les haría ningún daño que estuviera cerrada con llave durante un tiempo. Un exceso de algo a nadie le sienta nunca bien. Y quedaba claro que los chicos habían pasado un tiempo excesivo en África. Aquel sol. Todavía lonotaba en el cuello como una garra caliente. Y los leones. Y el olor a sangre. Era notable el modo en que aquella habitación captaba las emanaciones telepáticas de las mentes de los niños y creaba una vida que colmaba todos sus deseos. Los niños pensaban en leones, y aparecían leones. Los niños pensaban en cebras, y aparecían cebras. Sol... sol. Jirafas... jirafas. Muerte y muerte.
Aquello no seiba. Masticó sin saborearla la carne que les había preparado la mesa. La idea de la muerte. Eran terriblemente jóvenes, Wendy y Peter, para tener ideas sobre la muerte. No, la verdad, nunca se era demasiado joven. Uno le deseaba la muerte a otros seres mucho antes de saber lo que era la muerte. Cuando tenías dos años y andabas disparando a la gente con pistolas de juguete.
Pero aquello: laextensa y ardiente sabana africana, la espantosa muerte en las fauces de un león... Y repetido una y otra vez.
—¿Adónde vas?
No respondió a Lydia. Preocupado, dejó que las luces se fueran encendiendo delante de él y apagando a sus espaldas según caminaba hasta la puerta del cuarto de jugar de los niños. Pegó la oreja y escuchó. A lo lejos rugió un león.
Hizo girar la llave y abrió la puerta. Justoantes de entrar, oyó un chillido lejano. Y luego otro rugido de los leones, que se apagó rápidamente.
Entró en África. Cuántas veces había abierto aquella puerta durante el último año encontrándose en el País de las Maravillas, con Alicia y la Tortuga Artificial, o con Aladino y su lámpara maravillosa, o con Jack Cabeza de Calabaza del País de Oz, o el doctor Doolittle, o con la vaca saltandouna luna de aspecto muy real —todas las deliciosas manifestaciones de un mundo simulado—. Había visto muy a menudo a Pegasos volando por el cielo del techo, o cataratas de fuegos artificiales auténticos, u oído voces de ángeles cantar. Pero ahora, aquella ardiente África, aquel horno con la muerte en su calor.
Puede que Lydia tuviera razón. A lo mejor necesitaban unas pequeñas vacaciones,alejarse de la fantasía que se había vuelto excesivamente real para unos niños de diez años. Estaba muy bien ejercitar la propia mente con la gimnasia de la fantasía, pero cuando la activa mente de un niño establecía un modelo... Ahora le parecía que, a lo lejos, durante el mes anterior, había oído rugidos de leones y sentido su fuerte olor, que llegaba incluso hasta la puerta de su estudio. Pero, alestar ocupado, no había prestado atención.
George Hadley se mantenía quieto y solo en el mar de hierba africano. Los leones alzaron la vista de su alimento, observándole. El único defecto de la ilusión era la puerta abierta por la que podía ver a su mujer, al fondo, pasado el vestíbulo, a oscuras, como cuadro enmarcado, cenando distraídamente.
—Largo —les dijo a los leones.
No se fueron.Conocía exactamente el funcionamiento de la habitación. Emitías tus pensamientos. Y aparecía lo que pensabas.
—Que aparezcan Aladino y su lámpara maravillosa —dijo chasqueando los dedos.
La sabana siguió allí; los leones siguieron allí.
—¡Venga, habitación! ¡Que aparezca Aladino! —repitió.
No pasó nada. Los leones refunfuñaron dentro de sus pieles recocidas.
—¡Aladino!
Volvió al comedor.—Esa estúpida habitación está averiada —dijo—. No quiere funcionar.
—O...
—¿O qué?
—O no puede funcionar —dijo Lydia—, porque los niños han pensado en África y leones y muerte tantos días que la habitación es víctima de la rutina.
—Podría ser.
—O que Peter la haya conectado para que siga siempre así.
—¿Conectado?
—Puede que haya manipulado la maquinaria, tocado algo.
—Peter no...
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