Cuentos de stephan lackner
Los más fanáticos seguidores de tales doctrinas se pasaban la vida reptando sobre el vientre, y muy pronto lasociedad de aquel país estaba organizada de tal forma que los que más profundamente inclinados caminaban por la vida, eran los que alcanzaban los más altos e influyentes puestos. Es decir, los más bajos se habían convertido en lo que, a nuestra manera de hablar, constituía lo más elevado. En la cuna, los recién nacidos yacían boca abajo, y hasta en la misma sepultura eran colocados loscadáveres de cara al polvo.
Como nadie conocía otra forma de vivir, nadie sentía tampoco que el país vegetaba en un ambiente sofocado por el temor y la opresión.
Una mañana –las crónicas cuentan que debió de ser en plena primavera-, un adolescente y una doncella paseaban por un prado ameno. Las flores que acariciaban sus pies les llenaban de alegría, y la doncella afirmo que las flores más hermosaseran las azules. Ambos sentían que fuera tan raro el color azul, que a ellos le parecía el más placentero.
Si bien caminaban con la cabeza profundamente inclinada, de acuerdo con las prescripciones, es de suponer que no prestaron la atención requerida; lo cierto es que tropezaron y fueron a caer sobre la hierba. Al principio, ocultaban el rostro contra la tierra. Luego la doncella sintió deseosde contemplar los rasgos de su amigo, y volvió la cabeza. Como fondo radiante del rostro amado, contempló el cielo arrobada. “! Oye, querido!”, gritó, “!el cielo es azul!”, y en su voz había un dejo de profunda perplejidad y sorpresa.
Tras haber superado el mancebo el espanto que había sentido al oír la blasfemia, arriesgó él también una mirada a lo alto. Embargado por la felicidad deldescubrimiento, dio un salto y echó a correr camino de la ciudad. “!el cielo es azul!”, gritaba sin cesar, levantando ambos brazos a lo alto “!mirad, contemplad cómo es azul el cielo!”. Empero, quienes con él se encontraban bajaban aún más la cabeza y corrían a esconderse, para no ser víctimas del inevitable rayo mortífero.
El joven se hallaba en plena plaza del mercado, con los ojos y los brazoselevados hacia el cielo, hasta que, al fin, fue cercado por los soldados y hecho prisionero.
Naturalmente el mancebo tenía que ser ajusticiado por tamaño sacrilegio.. Esposado, fue puesto ante el muro del templo, y los tiradores cargaron sus armas.
Desconcertado por la sonrisa beatífica del condenado – quien no cesaba de sonreír mirando hacia el cielo -, uno de los tiradores sintió el prurito...
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