Cuentos, mitos y leyendas del llano
Conocí, en los últimos años de la década del cuarenta, —me decía Saúl, el Niño Mentiroso— a un hombre que vivía en la costa del río Quachiría, no muy lejos de la histérica ciudad de Pore. Tendría más o menos cincuenta años de edad, de cuerpo alto y enjuto, como lo son la mayoría de las gentes nacidas en esta tierra, bueno para tirar un lazo, para organizar un trabajo yarrendar un caballo. Mejor dicho: diestro en todas las tareas inherentes al trajinar de las sabanas.
Ambrosio, como se llamaba, había enviudado desde hacía varios años, quedándole como fruto de su único amor un niño de nombre Carlos, de tres años de edad y una niña recién nacida, a quien se le dió el nombre de Victoria, igual que el de su difunta madre. Era un hombre pobre pero de mucho trabajo Teníauna fundación en la vereda de Vijagual, con pocas reses y con buenos montes para la agricultura. A ella dedicó sus esfuerzos pero, desde luego, ésto resultaba sumamente difícil, no había quién le cuidara los niños mientras él iba a trabajar a la vega, lugar donde tenía sus cultivos de plátano, topocho. yuca, maíz, frijol guanduz y arroz, así que, era muy poco lo que le tocaba comprar en el mercadodel pueblo, pues la carne la adquiría con mucha facilidad, ya fuera en cacería o bien porque se la regalaran en los hatos de la vecindad a donde era convidado para que ayudara en los días de matanza.
Para solucionar el problema que sus pequeños hijos le representaban. construyó una ranchíta de vara en tierra y de baja altura, junto a sus sementeras, En ella los resguardaba de la lluvia y el sol,les guindaba sus viejos chinchorros y se dedicaba a las labores propias de un conuquero, desayunaban y almorzaban en la enramada y en la tarde regresaban a la casa, que si no lo era en verdad, sí era un lugar cómodo, pues al menos en sus cuartos se protegían de los zancudos, abundantes en el invierno.
Nuestro personaje de marzas tenía unas profundas convicciones religiosas que trataba deinculcar a sus pequeños. Aunque no era católico practicante, cada vez que viajaba al pueblo asistía a la iglesia. Creía en Dios y en la Santa Virgen, y todos los días encomendaba a ellos su salud y el bienestar de sus hijos.
El buen hombre en sus ratos libres dialogaba con ellos y en la medida que podían entender les fue explicando la conducta que debían observar para llegar a ser personas de bien.Les enseñó a respetar a sus semejantes, a trabajar, a no querer para sí lo que a otras personas les pertenecía, a ser generosos con quien lo necesitara pero más que todo, a amarse los dos como hermanos y a compartir cualquier cosa, por pequeña que fuera. A Carlos le inculcó profundamente la obligación de velar por su pequeña hermana pues fuera de su padre, era él lo único que tenía.
Pasaron variosaños. La pequeña había cumplido ocho años y él, un poco más de diez. El viejo ya podía salir a trabajar fuera de su casa. Ellos, desde muy tierna edad eran personas responsables. Los dejaba cuidando de la casa y los semovientes, con la seguridad de que sabrían responder. Para esa época eran dueños de un poco menos de ciento cincuenta reses y de unas sementeras que producían lo necesario y aúnsobraba para venderles a los vecinos.
Pero el trabajo, el clima, las necesidades y la mala alimentación habían terminado con la salud del buen padre. Durante la noche una tos persistente le impedía dormir. Cada vez se le veía más flaco y con menos fuerzas, hasta que un día no pudo levantarse, Había tenido durante la noche un vómito de sangre que lo había dejado al borde de la muerte.
Carlos,ensilló un caballo y fue en busca de un yerbatero de raza indígena, llamado Catimay. Lo encontró en el paso de La Soledad. El curaca había ido a pedido de los dueños de ese lugar con el fin de tratar un enfermo. Allí le explicó Carlos el motivo de su viaje y él prometió ir si le entregaban a cambio de sus servicios tres mautes de dos años. Una vez aceptado el pedimento, regresó en compañía del...
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