cuentos
Era laescuela.
La sección acababa de reunirse.
-¡Una leyenda, muchachos! -dijo el Maestro con tono de cariñoso estímulo... y aquello principió.
De una banca donde se arracimaban hasta dos docenas y media de mocosas, se levantaban, creciendo, atiplándose en terrible sonsonete, todos los horrores del deletreo: |ere-a-ra, ere-i-ri, se oía por un lado; |be-a-ba, be-i-bi, por otro; aquí, |ese-a-ele,sal-gu-e-ve, alve; por allá, una trabazón de sílabas imposible de desenredar. Total: un Babel chiquito.
En la banca frontera, se alineaban como veinte varones, no menos atareados, no menos chillones que las chicas, si bien algunos un tanto graves por sus adelantos, cacareaban con más formalidad, casi de corrida, y a pura memoria por supuesto, aquello de "por la señal de la Santa Cruz vencióConstantino al tirano Magencio", pasaje de la cartilla que abría a aquellos estudiantes, horizontes sublimes en el cielo de la historia y del arte. Cuando se llegaba a eso, estaba uno iniciado en los misterios de la humana sapiencia.
Separados del grupo, como los dioses de la masa de los mortales, había tres o cuatro por allá en un rincón. No alzaban mucho la voz, no señalaban el renglón con elpuntero, y, aunque hacían muchos visajes, estirando el pico, bizcando a ratos, apenas si miraban el catón. "A los azores, aves de rapiña, cuenta San Alberto Magno", cantaba éste; "San Luis, Rey de Francia, al acostarse con sus hijos", cantaba aquél; y, absortos, embebecidos en su grandeza, en los ejemplos estupendos del libro inmortal de San Casiano, ni cuenta de la vida ni de su propio sér se dabanestos sabiondos.
Compitiendo en aplicación, en apuros y en afanes, pronto se cansaban los dos bandos. Era entonces el rascarse la cabeza, el bostezar tedioso, el estregarse unos contra otros aquellos cuerpecitos. Venía un aleteo rumoroso de cartillas, catones y citolegias; ya no había Constantinos ni Magencios, |ni los bueyes mugían, ni tiraban de los carros, ni araban la tierra; caíanse al...
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