Cuentos

Páginas: 7 (1643 palabras) Publicado: 18 de septiembre de 2013
LOS NOVIOS
Francisco Rojas González
Él era de Bachajón, venía de una familia de alfareros; sus manos desde niñas habían aprendido a redondear la forma, a manejar el barro con tal delicadeza, que cuando modelaba, más parecía que hiciera caricias. Era hijo único. A veces se posaba en sus labios una tonadita tristona que él tarareaba quedo, tal si saboreara egoístamente un manjar acre, perogratísimo.
“Ese pájaro quiere que una” –comentó su Padre cierto día, cuando sorprendió el canturreo.
El muchacho, lleno de vergüenza, no volvió a cantar; pero el Padre –Juan Lucas, indio tzeltal de Bachajón—se había adueñado del secreto de su hijo.
Ella también era de Bachajón; pequeña, redondita y suave. Día con día cuando iba por el agua al riachuelo, pasaba frente al portalillo de Juan Lucas… Ahí,un joven sentado ante una vasija de barro crudo, un cántaro redondo y botijón, al que nunca daban fin aquellas manos diestras e incansables…
Sabe Dios cómo, una mañanita chocaron dos miradas. No hubo ni chispa, ni llama, ni incendio después de aquel tope, que apenas si pudo hacer palpitar las alas del petirrojo anidado entre las ramas del granjeno que crecía en el solar.
Sin embargo, desdeentonces, ella acortaba sus pasos frente a la casa del alfarero, y de ganchete arriesgaba una mirada de urgidas timideces.
Él, por su parte, suspendía un momento su labor, alzaba los ojos y abrazaba con ellos la silueta que se iba en pos del sendero, hasta perderse en el follaje que bordea al río.
Fue una tarde refulgente, cuando el Padre hizo a un lado el torno en que moldeaba una pieza. Siguió conla suya la mirada de su muchacho, hasta llegar al sitio en que éste la había clavado. Ella, al sentir sobre si los ojos penetrantes del viejo quedó petrificada en medio de la vereda. La cabeza cayó sobre el pecho, ocultando el rubor que ardía en sus mejillas.
–¿Esa es? –preguntó en seco el anciano a su hijo.
–Sí –respondió el muchacho, y escondió su desconcierto en la reanudación de la tarea.El “Prencipal”, un indio viejo, venerable de años e imponente de prestigios, escuchó solicitó la demanda de Juan Lucas:
–El hombre joven, como el viejo, necesitan la compañera, que para uno es flor perfumada y, para el otro, bordón … Mi hijo ya ha puesto sus ojos en una.
–Cumplamos la ley de Dios y démosle goce al muchacho como tú y yo, Juan Lucas, lo tuvimos un día. ¡Tú dirás lo que se hace!–Quiero que pidas a la niña para mi hijo.
–Ese es mi deber como “Prencipal”. Vamos, ya te sigo, Juan Lucas.
Frente a la casa de la elegida, Juan Lucas, cargado con una libra de chocolate, varios manojos de cigarrillos de hoja, un tercio de leña y otro de ocote, aguarda, en compañía del “Prencipal” de Bachajón, que los moradores del jacal contesten la llamada que han hecho sobre su puerta.
A poco,la etiqueta indígena todo lo satura.
–Ave María purísima del refugio –dice una voz que sale por entre las rendijas del jacal.
–Sin pecado original concebida –responde el “Prencipal”.
La puertecilla se abre. Gruñe un perro. Una nube de humo atosigante recibe a los recién llegados que pasan al interior; llevan sus sombreros en la mano y caravanean a diestro y siniestro.
Al fondo de la choza, laniña, motivo del ceremonial acontecimiento, hecha tortillas; su cara, enrojecida por el calor del fuego, disimula su turbación a medias, porque está inquieta como tórtola recién enjaulada; pero acaba por tranquilizarse frente al destino que de tan buena voluntad le están aparejando los viejos.
Cerca de la puerta el padre de ella, Mateo Bautista, mira impenetrable a los recién llegados. BibianaPetra, su mujer, gorda y saludable, no esconde el gozo y señala a los visitantes dos piedras para que se sienten.
–¿Sabes a lo que venimos? –pregunta por fórmula el “Prencipal”.
–No –contesta mintiendo descaradamente Mateo Bautista–. Pero de todas maneras mi pobre casa se mira alegre con la visita de ustedes.
–Pues bien, Mateo Bautista, aquí nuestro vecino y prójimo Juan Lucas pide a tu niña...
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