Que al separarte jurabas,Sollozando,Amarme siempre, i donosaCon un abrazo sellabasTu adiós blando?Como entonces te amo ahora,Porque en mi pasadaausencia,A mi lado,Te soñaba encantador,Compartiendo la inclemenciaDe mi hado.Torna, pues, a tus amores,No deseches mi quebranto.¡Que muriera,Si ultrajarasmis dolores,Si desdeñaras mi llanto!¡Hechicera...!Pone fin a las endechas un lijero ruido en los balconea i un suave murmullo que, alparecer,decia:—¡Cárlos, Cárlos! ¿Eres tú?—Si, Rosa mía, yo que vuelvo a verte, a unirme a tí para siempre.—¡Para siempre! ¿Nó es ana ilusion?—No: hoi que vuelvo trayendo lalibertad para mi patria i un corazon para tí, alma mia, tupadre se apiadará de nosotros: yo le serviré de apoyo para ante el gobierno independiente,iél me considerará como un marido digno de su hija...—¡Ah, no te engañes, Cárlos, que tu engaño es cruel! Mi padre es pertinaz; te aborreceporquedefiendes la independencia, tus triunfos le desesperan de rabia...—Yo le venceré, si tú me amas; prométeme fidelidad, i podré reducirle...—¡Espera uninstante, que en ese sitio estás en peligro!El diálogo cesó. Después de un tardío silencio, se ve entrar al caballero del manto por unapuerta escusada deledificio, la cual tras él volvió a cerrarse.Pero la calle no queda sin movimiento; a poco rato se vislumbra un embozado quesale con tiento de la casa,desaparece veloz, i luego vuelve con fuerza armada, i ocupa lasavenidas del edificio: voces confusas de alarma, de súplica, ruido de armas, varios2
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