cuentos
Nachita se sirvió salsobre el dorso de la mano y la comió golosa.
—¡Cuánto coyote! ¡Anda muy alborotada la coyotada! —dijo con la voz llena de sal.
Laura se quedó escuchando unos instantes.—Malditos animales, los hubieras visto hoy en la tarde —dijo.
—Con tal de que no estorben el paso del señor, o que le equivoquen el camino —comentó Nacha con miedo.
—Si nunca los temió¿por qué había de temerlos esta noche? —preguntó Laura molesta.
Nacha se aproximó a su patrona para estrechar la intimidad súbita que se había establecido entre ellas.
—Son máscanijos que los tlaxcaltecas —le dijo en voz muy baja.
Las dos mujeres se quedaron quietas. Nacha devorando poco a poco otro puñito de sal. Laura escuchando preocupada los aullidos delos coyotes que llenaban la noche. Fue Nacha la que lo vio llegar y le abrió la ventana.
—¡Señora!... Ya llegó por usted... —le susurró en una voz tan baja que sólo Laura pudooírla.
Después, cuando ya Laura se había ido para siempre con él, Nachita limpió la sangre de la ventana y espantó a los coyotes, que entraron en su siglo que acababa de gastarse enese instante. Nacha miró con sus ojos viejísimos, para ver si todo estaba en orden: lavó la taza de café, tiró al bote de la basura las colillas manchadas de rojo de labios, guardó lacafetera en la alacena y apagó la luz.
—Yo digo que la señora Laurita, no era de este tiempo, ni era para el señor —dijo en la mañana cuando le llevó el desayuno a la señoraMargarita.
—Ya no me hallo en casa de los Aldama. Voy a buscarme otro destino, le confió a Josefina—. Y en un descuido de la recamarera, Nacha se fue hasta sin cobrar su sueldo.
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