Cuentos

Páginas: 24 (5886 palabras) Publicado: 30 de enero de 2013
 EL HOMBRE DE CRISTAL
IDoblaba a toda prisa por la Quinta Avenida desde una de las calles que la atraviesancerca del viejo depósito de agua, a las diez y cuarto de la noche del 6 de noviembre de1879, cuando tropecé con un individuo que venía en dirección contraria a la mía.La esquina era una boca de lobo y no logré distinguir a la persona con quien tuve elhonor de chocar. Sin embargo, antes dehaberme logrado recuperar por completo deaquel impacto, el instinto de una inteligencia hecha como la mía a la de deducción mehabía provisto de algunos datos al respecto.Estos son algunos de ellos: el hombre era más pesado que yo y de piernas mássólidas, aunque su estatura era exactamente tres pulgadas y media inferior a la mía.Llevaba un sombrero de copa, una capa de un pesado hilado de lana ygalochas deabrigo. Tenía cerca de treinta y cinco años, había nacido en los Estados Unidos y sehabía educado en una universidad alemana, tal vez Heidelberg, tal vez Friburgo; detemperamento naturalmente precipitado, era, no obstante, considerado y cortés, en sutrato. No se encontraba enteramente en paz con la sociedad y había en su vida o en supresente diligencia algo que deseaba ocultar.¿Cómo podíasaber yo todo esto, si ni siquiera había visto al desconocido y tan sólouna palabra había escapado de sus labios? Bien, sabía que era más fornido y se afirmabamejor sobre sus pies porque fui yo, y no él, quien fue lanzado hacia atrás. Sabía que miestatura era tres pulgadas y media superior a la suya porque la punta de mi nariz vibrabatodavía por el efecto del contacto con el ala dura y afilada desu sombrero. La mano queyo había alzado inconscientemente se había metido bajo el borde de su capa. Llevabazapatos de goma porque no había oído sus pisadas. Para un oído atento y entrenado, eltono de una voz indica tan claramente la edad como las arrugas de un rostro la evidenciaa la vista. En el primer momento de exasperación ante mi torpeza el desconocido habíamurmurado un
"¡Ox!" 
término quea nadie se le ocurriría en tal ocasión excepto a unalemán. No obstante, la pronunciación del vocablo gutural, me indicó que quien asíhablaba era un norteamericano que había vivido en Alemania y no lo contrario, y que sueducación alemana había tenido lugar al sur del Meno. Además el acento del caballero yel erudito se manifestaba aun en la expresión de su ira. Que el caballero noestabaparticularmente apurado, sino que por alguna razón anhelaba mantenerse de incógnito,era una conclusión derivada del hecho de que se hubiera agachado para recoger yrestituirme el paraguas después de escuchar en silencio mi cortés disculpa, retomandoluego su camino tan silenciosamente como había aparecido.Es para mí una cuestión de honor verificar mis conclusiones cuando resulta posible. Detal manera, regresé ala calle transversal y seguí al desconocido hacia un poste dealumbrado que se alzaba media cuadra más. Mi desventaja no excedía de los cincosegundos. No podía haber tomado otro camino, no existía ningún otro. Ninguna puerta se había abierto o cerrado a lo largo de nuestro camino. Y sin embargo, cuando llegamos nitramo iluminado, la silueta que debería haberse dibujado allí delante mío faltabapor completo. Ni el hombre ni su sombra eran visibles.Apresurándome tanto como pude para alcanzar la siguiente luz de gas, me detuve aescuchar bajo la lámpara. Aparentemente, la calle estaba desierta. Los rayos de lalinterna amarillenta sólo penetraban unos cuantos pasos en las tinieblas. Sin embargo losescalones y el zaguán de la casa de piedra marrón que se levantaba frente al farolcallejero teníailuminación suficiente. Los números dorados sobre la puerta eran visibles ypude reconocer la casa porque aquella cifra me era familiar. Mientras permanecíaaguardando bajo la lámpara de gas, pude percibir un leve ruido sobre los escalones y elruido sordo de una llave en su cerradura. La puerta del vestíbulo de la casa se abriólentamente, cerrándole luego de un portazo cuyo eco resonó en la calle....
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