Cuerpo Arte Y Ciencias Sociales
“Aquello que lo perdido exige no es ser recordado o
complacido, sino permanecer en nosotros en tanto que
olvidado, en tanto que perdido, y unicamente por esto,
inolvidable”, Giorgio Agamben.
Las ciencias sociales parecen estar buscando permanentemente en otros lugares, fuera de su propio ámbito de trabajo concreto, que podríamos definir como la investigación, el análisis, pero
sobre todo hoy la
variabilización
, la categorización y la explicación de lógicas, campos y
sistemas, aquello que pareciera escapársele de las manos en cada segundo, la irracionalidad, lo
no decible, lo intocable, o peor aún, aquello que es irrepresentable en las cosas que incluso podemos tocar. Entonces, la mirada científica, siempre más esforzada por conocer que
comprender, se lanza en la búsqueda de aquellas cosas que cree indispensables para explicar el
mundo, dentro de las cuales se encuentra, evidentemente, el cuerpo.
La danza es un lugar propicio para que la ciencia se acerque a aquello que no alcanza a explicar
con las categorías. El cuerpo llegando a los límites de su propia representación, hasta los
márgenes, y acaso traspasando los propios umbrales de lo que de él se espera, tanto en su
elasticidad irreconocible o utópica, como en su puesta en escena, su representación de aquello
que es la vida misma pero convulsionada, puesta en evidencia en sus riquezas y miserias por
otro que reconocemos como un cuerpo propio que, entre escena y pirueta, nos da cuenta de lo
irrepresentable del cuerpo, de aquello que los conceptos no habían entregado como dato.
Otro tanto ocurre con la música, cuya relación con la propia danza es de necesidad. En la música
nos encontramos frente al colmo de la ciencia: la ausencia misma de conceptos. Y sin embargo,
la ciencia escudriña en ella lo que espera que esta entregue. De esta relación de dominación,
basada en la búsqueda de predecir todo, la propia música ha encontrado una estructura rígida,
que le hace entregarse a la ciencia para ser penetrada por el análisis. Sin embargo, la música se
ha revelado, ha resistido, enclaustrándose en la academia, alejándose de la manía del método
científico para jugar en un mundo propio. Perdimos así la música para que esta pudiese seguir
viviendo, pero su posibilidad de vida significará siempre la rabia de la ciencia, porque en la
música se encuentra la concatenación de lo no discursivo, de lo que la categoría no puede
expresar, porque si la expresara entonces le arrancaría su propio sentido. ¿No ocurre lo mismo acaso con las artes visuales? Cuando la ciencia recurre a ellas (y excluyo
del epíteto de ciencia a la filosofía, por supuesto) espera siempre arrancar una representación del
mundo, una mímesis descubierta sólo por el análisis sesudo de los sociólogos del arte, incapaces de convivir con aquello que es irrepresentable en sí mismo. De ahí que una y otra vez la pintura,
la escultura, las instalaciones, busquen también aislarse en una puesta en escena críptica,
captada sólo por sentidos impotentes de una representación acabada, o mejor dicho,
fragmentaria al propio cuerpo imaginado en la metafísica occidental, desconectando los brazos
del cerebro y el cerebro de sí mismo, o mejor dicho de la idea de sí mismo, que supuestamente
debiera comprender algo del artista, representarse en él, o peor aún, conocer algo del mundo.
¡Arte enséñame qué es lo que yo no he podido captar de este mundo! Gritan los sociólogos
perplejos ante lo inaccesible de nosotros mismos.
Y claro, por todo el arte contemporáneo aparece el cuerpo, con sus marcas cada vez más
marcadas, con ...
Regístrate para leer el documento completo.