cumbres borrascosas

Páginas: 397 (99072 palabras) Publicado: 8 de octubre de 2013
Emily Brontë

CUMBRES BORRASCOSAS

2003 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales

Emily Brontë

CUMBRES BORRASCOSAS

CAPÍTULO PRIMERO

He vuelto hace unos instantes de visitar a mi casero y ya se me figura que ese solitario
vecino va a inquietarme por más de una causa. En este bello país, que ningún mi-sántropo
hubiese podido encontrar más agradableen toda Inglaterra, el señor Heathcliff y yo
habríamos hecho una pareja ideal de compañeros. Porque ese hombre me ha parecido
extraordinario. Y eso que no mostró reparar en la espontánea simpatía que me inspiró. Por
el contra-rio, metió los dedos más profundamente en los bolsillos de su chaleco y sus ojos
desaparecieron entre sus párpa-dos cuando me oyó pronunciar mi nombre y preguntarle:
¿Elseñor Heathcliff?
Él asintió con la cabeza.
Soy Lockwood, su nuevo inquilino. Le visito para decirle que supongo que mi insistencia
en alquilar la «Granja de los Tordos» no le habrá causado molestia.
Puesto que la casa es mía respondió apartándose de mí
nadie me molestase sobre ella, si así se me antojaba. Pase.

no hubiese consentido que

Rezongó aquel «pase» entre dientes, con aire talcomo si quisiera mandarme al diablo. Ni
tocó siquiera la puerta en confirmación de lo que decía. Esto bastó para que yo resolviese
entrar, interesado por aquel sujeto, al parecer más reservado que yo mismo. Y como mi
caballo empuja-se la barrera, él soltó la cadena de la puerta y me precedió, con torvo
aspecto, hacia el patio, donde dijo a gritos:
¡José! ¡Llévate el caballo de este señor ydanos vino!
Puesto que ambas órdenes se dirigían a un solo criado, juzgué que toda la servidumbre se
reducía a él. Por eso entre las baldosas del patio medraban hierbajos y los setos estaban sin
recortar, sólo mordisqueadas sus hojas por el ganado.
José era hombre entrado en años, aunque sano y fuer-te. Lanzó un contrariado «¡Dios nos
valga!» y, mientras se llevaba el caballo, me miró con tantamalignidad que preferí suponer

que impetraba el socorro divino para di-gerir bien la comida y no con motivo de mi
presencia.
A la casa donde vivía el señor Heathcliff se la llamaba «Cumbres Borrascosas» en el
dialecto local. El nombre traducía bien los rigores que allí desencadenaba el viento cuando
había tempestad. Ventilación no faltaba sin duda. Se advertía lo mucho que azotaba el aireen la inclinación de unos pinos cercanos y en el hecho de que los matorra-les se doblegaban
en un solo sentido, como si se proster-nasen ante el sol. El edificio era sólido, de espesos
muros a juzgar por lo hondo de las ventanas, y protegidos por grandes guardacantones.
Parándome, miré los ornamentos de la fachada. Sobre la puerta, una inscripción decía
«Hareton Earnshaw, 15OO». Avescarniceras de formas extrañas y niños en posturas
lascivas enmarcaban la inscripción. Aunque me hubiese gustado comentar todo aquello con
el rudo due-ño de la casa, no quise aumentar con esto la impaciencia que parecía evidenciar
mientras me miraba desde la puer-ta como instándome a que entrase de una vez o me
mar-chara.
Por un pasillo llegamos al salón que en la comarca lla-man siempre «la casa», yal que no
preceden otras piezas. Esa sala suele abarcar comedor y cocina, pero yo no vi co-cina, o
mejor dicho no vi signos de que en el enorme larse guisase nada. Pero en un ángulo oscuro
se percibía ru-mor de cacharros. De las paredes no pendían cazuelas ni utensilios de cocina.
En un rincón se levantaba un apara-dor de roble con grandes pilas de platos, sin que
faltasen jarras y tazas deplata. Encima del aparador había tortas de avena y perniles
curados de vaca, cerdo y carnero. Col-gaban sobre la chimenea escopetas viejas, de cañones
herrumbrosos y unas pistolas de arzón. Se veían encima del mármol tres tarros de vivo
colorido. El suelo era de piedra lisa y blanca. Había sillas de forma antigua, pinta-das de
verde, con altos respaldos.
En los rincones se acurrucaban...
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