Cómo hacer que la literatura repugne, cabrujas

Páginas: 13 (3093 palabras) Publicado: 24 de noviembre de 2010
Elena Peralta me llamó en estos días, solicitándome un consejo y hasta una asesoría en la tarea que su profesor de Literatura le había encargado. Elena estudia el último año de bachillerato en un liceo público, de esos con nombre de prócer cívico y su mayor aspiración, naturalmente a corto plazo, como suelen ser las aspiraciones, cuando se tienen 19 años, es salir “de ese espanto”. El espanto deElena, no es como podría pensarse un novio errático o una vida aburrida por la opresión paterna o un cúmulo de responsabilidades exasperantes y prematuras. El espanto de Elena Peralta es el bachillerato nacional, descrito por mi formidable amiga como una desgracia vital, como el mismísimo muermo del alma, una de esas cosas que hay que soportar en la vida simplemente porque constituyen el estadointermedio y obligatorio entre la estupidez y el rasero, un impuesto exigido que es necesario cancelar si se aspira al medio pelo universitario o a que te acepten en la policía del alcalde Mendoza, por decir lo menos.
Elena sueña, y más que soñar anhela con espléndida vehemencia, ese momento, para ella supremo, cuando el director del Instituto le entregue el diplomilla de las inutilidades, el papelque la gradúa de nada, y de repente sea jueves, y ella entienda que el viernes no regresará a la cueva donde sus días sucumben, ni tendrá que recordar la disposición militar de la Batalla de Manguito, ni la división de los Poderes Públicos, ni la clasificación de los protozoarios, mi I am, you are, de un inglés que jamás podrá hablar o entender, ninguna de esas píldoras instantáneas e insípidaspor las que en nuestro país se sustituye el conocimiento. Su fantasía la hace concebir una escena donde todos sus profesores se han reunido en el patio del liceo y ella avanza hacia el amplio portón de salida hasta alcanzarlo después de un trayecto mantecoso, casi imposible, para volverse en el marco, a centímetros de la calle y gritar: ¡¡¡¡Auxilio!!!! ¡Que alguien me ayude! ¡Acabo de escaparme!Hace unos años, no menos de diez, acudí por complaciente o desocupado, a una de estas fábricas de demoras que son los liceos nacionales con la intención de dictar cierta conferencia sobre el teatro de Valle Inclán, a petición de la profesora Agobio, titular de la Cátedra de Lengua y Literatura. Agobio, vestida de butaca inglesa romántica, me sorprendió en la sala social del Liceo, no sólo por suimpecable ignorancia sobre el 98 madrileño, sino por la cantidad de pulseras que ostentaba en los brazos notablemente parecidos a lo que los italianos denominan un cotechino. Agobio tintineaba sonora mientras me conducía, como Alberico guiado por una doncella del Rhin, al antro donde debía este servidor, obedeciendo sus intrucciones, “decirle a los muchachos, profesor Cabrujas, algo sobre ValleInclán que no vaya a ser demasiado especializado ni erudito, porque lo que importa, licenciado, es que ellos tengan una noción más o menos y tal”.
Cuando entré en el ámbito de las resignaciones que hacía las veces de aula, arrepentido de mi ligereza, me sorprendió en primer lugar el calor bochornoso del sitio, algo así como aquella secuencia de sir Alec Guinnes en El puente sobre el río Kwai, cuandolos malvados japoneses proceden a encerrarlo en una espantosa cajita metálica y son las tres de la tarde y el hombre adquiere una tonalidad remolacha tan intensa que uno se dice por dentro: A la salida me tomo dos cervecitas o me da una vaina.
En este caso, eran las dos y media de semejante vaporón y el aula, por darle un nombre, diseñada en el más franco estilo arquitectónico, A Joderse Tocan,esto es, zinc, cemento  y obra limpia, encerraba a unos cincuenta jóvenes malencarados, patibularios, que parecían expiar una terrible culpa, un remordimiento israelita, tanto que al entrar y sentir aquel fantástico vaho, mezcla de anhídrido carbónico con viruta de lápiz Mongol y palito de queso, aquel aliento colectivo digno del dragón Fafner, pensé que de un momento a otro llegarían los gnomos...
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