Dali

Páginas: 10 (2399 palabras) Publicado: 6 de mayo de 2010
HAY MUCHA gente que no cree en la suerte. Dicen que todo
está determinado y que no sucede nada que no obedezca a
leyes fijas, invariables, que provocan tales o cuales hechos, y
que el hombre no puede escapar a lo que el destino le tiene
reservado. Pero es indudable que hay un ancho margen para
los acontecimientos imprevistos, una especie de puerta de
escape de lo determinado y de loprescrito, un burladero para
lo fatal, un trampolín para los saltos de la suerte. Puede ser
esto la casualidad, la eventualidad, puede ser lo que ustedes
quieran, pero existe, y yo quiero demostrarlo contándoles un
caso. Resignación.
Yo tengo un delito sobre mi conciencia. Legalmente, es un
delito. Moralmente, no. Un tribunal me condenaría; un
hombre, a solas con su conciencia, sininvestidura legal, me
perdonaría, encontrando en el fondo de mi acto un
sentimiento noble; Yo no sé ni conozco las proyecciones que
mi conducta trajo consigo. Me conformé con el hecho mismo,
sin importarme lo demás;
El caso es el siguiente:
Hace ya bastantes años, siendo yo un muchacho de veinte,
estudiante de segundo año de medicina, venía de Valparaíso a
Santiago, de vuelta devacaciones, acompañado de un amigo
que tenía más o menos la misma edad mía.
Subimos al tren en la estación del Puerto. Viajábamos en
tercera clase. Mi familia era pobre y la de mi amigo



también. Al llegar el tren a Bellavista. vimos que subía un
hombre con esposas, pobremente vestido, acompañado de un
guardián armado con carabina y de un señor con aspecto de
agente de policía.Dio la casualidad de que el único asiento
desocupado para dos personas estaba frente a nosotros y en él
se ubicaron el reo y el agente. El guardián; después de
despedirse, descendió.
Nosotros, jóvenes, llenos aún de piedad para la desgracia
ajena, nos sentimos impresionados ante aquel hombre, joven
también, esposado, expuesto a la curiosidad de todos. Una vez
sentado se arrimó bien ala ventanilla y miré por ella
insistentemente, evitando ver nuestras miradas, que lo
recorrían de arriba abajo.
Como he dicho, era joven, treinta años a lo sumo, moreno
tostado, con reflejos cobrizos en los pómulos; los rasgos de su
rostro eran regulares. normales. Vestía un traje de mezclilla,
muy arrugado, camisa sin cuello y calzaba gruesos zapatones,
bototos que llaman. Todo éldaba la impresión de un
trabajador del norte, un minero, un calichero o un carrilano.
Sentíamos deseos de hablar con ellos y saber los motivos de
la desgracia de aquel hombre. las circunstancias de la misma
y tal vez el lugar donde se había originado.
Empezamos a hablar con el agente, charlando de asuntos sin
interés, hasta que no pudiendo reprimir su curiosidad, uno de
nosotrospreguntó:
—¿De dónde vienen?
—De Antofagasta.
—Y. ¿por qué lo trae?
El preso dio vuelta la cabeza y nos miró con aire de
cansancio. Sin duda habrían sido muchas las personas que
hicieran La misma pregunta durante el largo viaje.
—Por homicidio —respondió el agente. ¿Homicidio?

Sí, mató a un amigo y compañero de trabajo.
Nos callamos, sintiendo que nuestra simpatía disminuía antela desnudez del hecho. Pero el preso pareció darse cuenta de
ello y dijo:
-Si, así dicen, que yo lo maté; pero Dios sabe que no supe lo
que hacía y que nunca tuve esa intención.
Empezó a hablar, y escuchamos, atónitos, el más original de
los relatos.
—¿Cómo lo iba a querer matar, patroncito, cuando lo quería
tanto? Durante muchos años anduvimos juntos y nos
apreciábamos más que sifuéramos hermanos. Nos conocimos
yendo los dos en un enganche para las salitre-ras, y desde el
primer momento nos hicimos amigos. Recorrimos casi todo el
norte, sin separarnos, corriendo la suerte día tras día, por las
salitreras, por las minas, por los puertos, por todas partes. Nos
emborrachábamos juntos, y juntos caíamos presos; salíamos
juntos también de la capacha. Con uno que...
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