DD

I
Tomó mucho tiempo poderme acostumbrar a estos bosques templados. Los árboles eran más bajos y menos frondosos, los animales habían aprendido a temer al hombre y se alejaban de los caminos. No había tantas frutas como en Parnasi, y las que había crecían en arbustos bajos y ralos, se sentía como si el bosque no pudiera crecer a sus anchas, como si estas personas que vivían en sus cómodas casasde pierda lo limitaran de alguna manera. Pero podía soportar eso, había cosas más importantes que resolver.
Hace ya dos meses que llegué a tierra firme, al continente. Nunca había estado aquí, pero los libros en Ankor Wat me habían instruido al menos un poco, sobre la civilización sobre las aldeas y ciudades y de cómo las personas poco a poco abandonaban los bosques y selvas que los habíanamamantado y hacían las suyas propias, patéticos intentos de ecosistema con roca y concreto. Pero todos esos años en aislamiento no me prepararon para lo que vería.
Cuando llegué a un puerto cuyo nombre no recuerdo, fue la primera vez que vi a tal cantidad de gente junta, tantas construcciones y humanos. ¡Humanos! La gente me vio y me ayudó a amarrar el bote, y a sacar mis pertenencias, pero sabía que metenían miedo, lo olían. Lo había visto con los albatros migratorios, a veces yo me sentaba en la orilla y veía como estos pájaros del norte se reabastecían y descansaban en los peñascos de la playa, y como los albatros de la isla se alejaban un poco, les tenían desconfianza e incluso movían de sitio su nido. Yo era un albatros migratorio.
Por supuesto, al menos los albatros eran de la mismaespecie, pero yo y estos humanos, parecía como si yo viniera de otro plano astral. Podía ver cómo la gente veía con desconfianza mis tatuajes en las manos y antebrazos y como tenían una mezcla de temor y fascinación por la piel de tigre. Mi piel de cobre resaltaba con el sucio gris del puerto y su permanente neblina. Nunca había tenido tanto frío. En fin, recordé lo que había leído y me aproximé a unacasucha que decía “posada del árbol tuerto”.
Entré y era exactamente lo que creí que sería: un lugar piojoso y sucio, donde la mugre se acumulaba en las esquinas y los ebrios olían a alcohol y orina. Me acerqué al posadero y le pedí información sobre algún mago o algo por el estilo que viviera en el pueblo. El posadero me vio con su único ojo y me dijo que me fuera a la mierda. Y yo le respondíEso lo hago después. Dime donde hay un mago o alguien al que le pueda vender hierbas de Parnasi.
¿Parnasi? ¿De qué coño me estás hablando, apestoso? Lleve tu culo café afuera de mi posada o llamaré a los guardias.
No necesitaba saber mucho común para entender eso. Salí de la posada e intenté buscar entre los negocios para ver una herbolaria o algo por el estilo. Caminé mucho tiempo por la calleprincipal, entre los susurros y chismes de los aldeanos. Al final decidí salir de ese nido de ratas. Ahora entendía porque había tantos peregrinos en Parnasi. Todo el mundo quiere salir de ese enjambre que llaman pueblo.
Cuando salí del pueblo, empecé a percibir un aroma a incienso, como el que encendían los venerables cada solsticio de invierno. Seguí el aroma hacia el bosque, donde una sendaapenas visible me conducía poco a poco a una solitaria caravana en un claro. Cuando llegué por fin pude ver algo remotamente parecido a mi pueblo, a mi gente.
La caravana era roja y café, con muchos dibujos y mandalas a los lados. En las ruedas había enredaderas que crecían y el techo estaba cubierto de hojas secas. En la puerta de la caravana había un letrero que decía “Quiromancia al alcance desu mano”. Toqué la puerta y esperé lo mejor.
Cuando me abrieron, había una elfa, pero no como yo creí. Iba vestida como las peregrinas, con su sarong morado y las pulseras en sus muñecas. Pero ella era blanca como la arena de Parnasi, y sus cabellos rojos como los de una guacamaya. También era hermosa, fue lo primero que vi que se veía bonito en esta tierra marchita. Me sonrió y me dijo que...