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Hace medio siglo, en julio de 1955, Bertrand Russell y Albert Einstein hicieron público un extraordinario llamamiento a los habitantes
del mundo, en el que les pedían que «dejaran de lado» el furor que les inspiraban muchos temas y se considerasen «meros miembros de una especie biológica que ha tenido una historia extraordinaria, y cuya desaparición ningunopodemos desear». La alternativa que se le planteaba al mundo era «descarnada, espantosa e ineludible: ¿pondremos fin a la raza humana, o renunciará la humanidad a la guerra?».
El mundo no ha renunciado a la guerra. Todo lo contrario. A estas alturas, la potencia mundial hegemónica se arroga el derecho de librar la guerra a su voluntad, bajo una doctrina de «legítima defensa anticipatoria» sinlímites declarados. El derecho internacional,
los tratados y las reglas de orden mundial se imponen a los demás con severidad y grandes aspavientos de superioridad moral, pero se descartan como irrelevantes para Estados Unidos, una práctica con mucha historia que las Administraciones Reagan y Bush
Entre las más elementales de las obviedades morales se encuentra el principio de la universalidad:debemos aplicarnos las mismas normas que a los demás, cuando no unas más férreas. Dice mucho de la cultura intelectual de Occidente el que este principio se pase por alto con tanta frecuencia y que, si alguna vez se menciona, se
condene como indignante. Resulta especialmente vergonzoso en aquellos que se jactan de su devoción cristiana, y en consecuencia es probable que al menos hayan oído hablarde la definición del hipócrita de los Evangelios.
Amparándose en exclusiva en una retórica elevada los comentaristas nos instan a apreciar la sinceridad de las profesiones de «claridad moral» e idealismo» de la cúpula política. Por tomar apenas uno de los innumerables ejemplos, el conocido estudioso Philip Zeli.kow deduce «la nueva centralidad de los principios morales» en la Admmistracion Bushde «la retórica de la Administración» y de un único hecho: la propuesta de aumentar la ayuda al desarrollo...
hasta una fracción de la que aportan otros países ricos en proporción al volumen de sus economías.4 La retórica resulta en verdad impresionante. «Llevo en el alma este compromiso-, declaró el presidente en marzo de 2002 cuando creó la Corporación para los Desafíos del Milenio con el findocumental la financiación para combatir la pobreza en el mundo en vías
de desarrollo. En 2005, la corporación borró la declaración de su página web después de que la Administración Bush redujera en miles de millones de dólares su presupuesto proyectado. Su director dimitió «tras no haber conseguido poner en marcha el programa»,escribe el economista Jeffrey Sachs, después de no «desembolsar casinada» de los diez mil millones de dólares prometidos en un principio. Entretanto, Bush rechazó una petición del primer minis tro Tony Blair para doblar la ayuda a África, y expresó su voluntad
de sumarse a otros países industriales en el recorte de la deuda africana impagable sólo si la ayuda se reducía en consonancia, maniobras que equivalen a «una condena a muerte para los más de seis millonesde africanos que mueren al año por causas evitables y tra-
tables», señala Sachs. Cuando el nuevo embajador de Bush, John Bolton, llegó a las Naciones Unidas poco antes de su cumbre de 2005, exigió de inmediato la eliminación de «todas las apariciones de la expresión "objetivos de desarrollo del milenio"» del docu-
mento que se había preparado con esmero, tras largas negociaciones, para afrontar«la pobreza, la discriminación sexual, el hambre la educación primaria, la mortalidad infantil, la salud materna, el medio ambiente y las enfermedades».
A menudo se acusa a las doctrinas imperantes de usar «un doble
rasero». El termino resulta engañoso. Es mas preciso describirlo
como un rasero unico, claro e inconfundible, la vara de medir que
Adam Smith califico de «vil maxima de los...
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