De Sobremesa
Con La aparición (1874-1876) del pintor francés Gustav Moreau, se encarna y manifiesta el espíritu finisecular del siglo XIX, que declara, estéticamente, su oposición al enfoque realista de la vida diaria y aglomerada, la actividad industrial y la degradación social. De ahí que se revele una realidad más allá de loempírico basada en lo espiritual y que trasciende a otros ámbitos a través de la intuición y la contemplación con el símbolo. Así, tratan de exteriorizar una idea, de analizar el yo, pero no desde la realidad misma, patente, sino a través de la sugerencia al establecer correspondencias entre los objetos y las sensaciones, el misterio, el ocultismo; una inclinación hacia lo sobrenatural, lo que no seve, hacia el mundo de las sombras[1].
¿Qué tanto influyó las ideas finiseculares en el alter ego de José A. Silva, José Fernández? Es ésta una inquietud que abordaré, no desde una revisión histórica ni biográfica, sino desde la exposición que se hace palmaria en la lectura de De Sobremesa, novela que nos circunscribe en la exquisitez estética y sensual de un conocedor de una época ajena a supropia realidad. Pues bien, es éste un primer rastro que nos devela el malestar del espíritu de José Fernández:
-¿La vida real?... Pero ¿qué es la vida real, dime, la vida burguesa sin emociones y sin curiosidades?.. […] La vida. ¿Quién sabe lo que es? Las religiones no, puesto que la consideran como un paso para otras regiones; la ciencia no, porque apenas investiga las leyes que la rigensin descubrir su causa ni su objeto. Tal vez el arte que la copia… tal vez el amor que la crea.[2]
Es su espíritu la voz de un conspirador de un mundo decadente. “Percibir bien la realidad y obrar en consonancia es ser práctico” en una realidad trivial y mediocre, en una vida que está atiborrada de insignificancias, de objetos viles, sensible a los ojos de quienes la descubren como verdadera. Esun repudio y una repulsión a la realidad tangible, incapaz de ofrecer soluciones a sus problemas sociales, políticos, morales e intelectuales, y que bien describe como “una sociedad anónima para la producción de la vida de emociones limitadas”. Pero el camino es otro; la redención trasciende este mundo sensible, la vida coartada que nos muestra de ella lo despreciable, lo nulo, lo que no importa:… ¡Ah! Vivir la vida… eso es lo que quiero, sentir todo lo que se puede… Los meses pasados en la pesquería de perlas, sin ver más que la arena de las playas y el cielo y las olas verdosas, respirando a pleno pulmón el ambiente yodado del mar; las temporadas de orgías y de tumulto mundano en París; […] las suaves residencias en Italia, en que secuestrado del mundo y olvidado de mí mismo,viví encerrado en iglesias y museos o soñando por horas enteras en amorosa contemplación ante las obras de mis artistas predilectos como el Sodoma y el Vinci, […] ¡Ah! ¡Vivir la vida! Emborracharse de ella, […][3].
Este mundo visible sólo adquiere importancia cuando a través de él se nos presenta la verdad eterna. ¿A cuál verdad hace referencia cuando es a través de lo que no se muestra? Es através del des-ocultamiento de la belleza, de lo vivido en la embriaguez de la vida misma, de una introspección del yo, que Fernández descubre la verdad última, ya en la obra de arte, ya en la escritura como instrumentos cognoscitivos a través del símbolo. Porque si no es en aquello que en la retina se refleja, debe ser otro el camino para llegar a lo que está detrás. El símbolo. Lo que CharlesBaudelaire denominó como “correspondencias”:
Es que yo no quiero decir sino sugerir y para que la sugestión se produzca es preciso que el lector sea un artista. En imaginaciones desprovistas de facultades de ese orden ¿qué efecto produciría la obra de arte? Ninguno. La mitad de ella está en el verso, en la estatua, en el cuadro, la otra en el cerebro del que oye, ve o sueña.[4]
¿Qué nos...
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