Dedo
Alexander Beliaev
http://www.librodot.com
2
Dedicado al recuerdo de
Konstantin Eduardovich Tziolkovsky
I - Encuentro con el barba negra
¡Quién pensaría que un incidente de tan poca importancia decidiría mi destino!
En aquel tiempo yo era soltero y vivía en la casa de los colaboradores
científicos. En uno de los atardeceres primaverales de Leningrado, estaba yosentado en la ventana abierta de mi habitación y admiraba los árboles del
boulevar, cubiertos de pelusa verde claro. Los pisos superiores de las casas
ardían en los rayos pajizos del crepúsculo, mientras los bajos se sumergían en
azules sombras. A lo lejos se divisaba el espejo del Neva y la aguja del
Almirantazgo. Era todo maravilloso, faltaba quizá un poco de música. Mi receptor
de radio sehabía estropeado. Una suave melodía, apagada por las paredes,
apenas llegaba a mí. Estaba envidiando a los vecinos cuando de pronto se me
ocurrió que Antonina Ivanovna, mi vecina, podría ayudarme fácilmente a reparar
mi aparato de radio.
Yo no conocía a esta señorita, pero sabía que trabajaba de asistente en el
Instituto Físico-Técnico. Cuando nos encontrábamos en la escalera de la casa,siempre nos saludábamos. Me pareció que esto era suficiente para que pudiera
dirigirme a ella y pedirle ayuda.
Al minuto llamaba a la puerta de mis vecinos.
Me abrió la misma Antonina Ivanovna. Era una simpática joven de unos
veinticinco años. Sus grandes ojos grises, alegres y vivos, miraban un poco
burlones y con aplomo, y la nariz respingona daba a su cara una expresión
arrogante. Llevaba unvestido negro de paño, muy sencillo y bien ajustado a su
esbelta figura.
No se porqué de pronto me azoré y muy de prisa y confuso empecé a explicar la
causa de mi presencia.
—En nuestro tiempo es un poco vergonzoso no saber radiotécnica —me
interrumpió ella bromeando.
—Yo soy biólogo —intenté excusarme.
—Pero si ahora cualquier colegial sabría reparar una radio.
Suavizó este reproche conuna sonrisa, enseñando sus dientes blancos y
uniformes, y la tirantez del momento se desvaneció.
—Vamos al comedor, acabaré de tomar mi té y vendré en seguida a «curar» su
aparato.
Yo la seguí gozoso.
En el amplio comedor, en la mesa, estaba sentada la madre de Antonina
Ivanovna, una viejecita gruesa, canosa y de cara rosada. Me saludó con fría
amabilidad y me invitó a tomar una taza de té.Yo me negué. Antonina Ivanovna terminó su té, y nos dirigimos a mi
habitación.
Con extraordinaria rapidez desmontó mi receptor. Yo me quedé admirando sus
hábiles manos con sus largos dedos de singular movilidad. Hablamos muy poco.
Ella arregló muy pronto el aparato y se fue a su casa.
2
3
Algunos días, cuando estaba solo, pensaba en ella, quería nuevamente ir a
verla, pero sinpretexto no me atrevía. Y he aquí, vergüenza me da confesarlo, que
estropeé ex profeso mi receptor... Y fui a verla.
Al examinar la avería, me miró riéndose y dijo:
—No voy a arreglar su receptor.
Me puse rojo como un cangrejo.
Pero al día siguiente fui de nuevo a decirle que mi radio funcionaba
perfectamente. Y desde entonces fue para mí de vital necesidad ver a Tonia, como
yo mentalmente lallamaba.
Ella me trataba amigablemente a pesar que, según ella, yo era tan sólo un
científico de gabinete, un especialista limitado, no sabía radiotécnica, mi carácter
era indeciso, mis costumbres anticuadas, día y noche sentado en un laboratorio o
gabinete. En cada encuentro ella me decía muchas cosas desagradables y me
recomendaba rehacer mi carácter.
Mi amor propio estaba ofendido. Inclusodecidí no ir más a su casa pero, desde
luego, no aguanté. Más aún, sin yo notarlo empecé a cambiar mi carácter:
paseaba más a menudo, intenté hacer deporte, compré unos esquís, una bicicleta
e incluso un libro de radiotécnica.
En una ocasión, mientras efectuaba uno de mis paseos voluntario-obligatorio
por Leningrado, en el cruce de la Avenida Veinticinco de Octubre y la calle Tres
de...
Regístrate para leer el documento completo.