delirium
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y seguía el hipnótico frufrú de sus pantalones de pana, temiendo el momento en que la Academia Femenina Saint Anne se alzara en lo alto de la última colina: aquel edificio oscuro de piedra, cubierto de grietas y fisuras como el rostro curtido de los pescadores que trabajaban en los muelles.
Es asombroso cómo cambian las cosas. Entonces me daban pánico las calles de Portland yera reacia a alejarme de mi tía. Ahora las conozco tan bien que podría seguir sus curvas y pendientes con los ojos cerrados; de hecho, en este momento desearía quedarme sola. Aunque el océano está oculto por las tortuosas ondulaciones de las calles, su olor me relaja. La sal del mar vuelve el aire granuloso y cargado.
-Recuerda -me está diciendo la tía por enésima vez- Quieren saber cosas detu personalidad, pero cuanto más generales sean tus respuestas, más posibilidades tendrás de que te tengan en cuenta para distintos puestos.
Mi tía siempre habla del matrimonio con palabras sacadas
directamente del Manual de FSS, palabras como deber, respon-sabilidad y perseverancia.
-Vale -respondo. A nuestro lado pasa veloz un autobús. Lleva el emblema de la Academia Saint Anne pintadoen un lateral; rápidamente bajo la cabeza, imaginándome a Cara McNamara o Hillary Packer al otro lado de las ventanas cubiertas de polvo, riéndose y apuntándome con el dedo. Todo el mundo sabe que hoy me van a evaluar. Solo se hace cuatro veces a lo largo del año y los turnos se asignan con mucha antelación.
El maquillaje que la tía me ha obligado a ponerme hace que sienta la piel pastosa yresbaladiza. Al mirarme en el espejo del baño parecía un pez, sobre todo por el pelo, completamente recogido con horquillas y pinzas; un pez con un montón de ganchitos de metal que sobresalen de la cabeza.
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No me gusta el maquillaje, nunca me han interesado la ropa ni los cosméticos. Mi mejor amiga, Hana, cree que estoy loca. Claro, ella es guapísima: incluso cuando no hace másque enrollarse el pelo rubio con un descuidado moño en lo alto de la cabeza, parece como si acabara de peinarla el mejor estilista. Yo no soy fea, pero tampoco guapa; soy del montón. Mis ojos no son ni verdes ni castaños, sino de algún color a medio camino entre los dos. No soy delgada, pero tampoco gorda. Lo único claro que se puede decir sobre mí es que soy baja.
-Si te preguntaran, Dios no loquiera, por tu prima, acuérdate
de decir que no la conocías muy bien...
-Va-a-le. Solo la escucho a medias. Hace calor, demasiado teniendo en cuenta que aún estamos en junio. El sudor empieza ya a picarme en las axilas y en la parte baja de la espalda, a pesar de que esta mañana me embadurné de desodorante. A la derecha queda la bahía de Casco Bay, encajonada entre Peaks Island y GreatDiamond Island, donde se alzan las torres de vigilancia. Más allá está el océano abierto, y más lejos aún, todos los países y ciudades que se vendrán abajo destruidos por la enfermedad.
-¿Lena? ¿Pero me estás escuchando? Carol me agarra el brazo y me da la vuelta para que la mire. -Azul -recito de memoria-. El azul es mi color favorito. O el verde -el negro resulta demasiado morboso, el rojo lospondrá nerviosos, el rosa es demasiado aniñado, el naranja queda raro.
-¿Y las cosas que te gusta hacer en tu tiempo libre? Suavemente, me desprendo de su apretón. -Eso ya lo hemos
repasado.
-Lena, esto es importante. Puede que sea el día más
importante de toda tu vida.
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Suspiro. Ante mí, las puertas que bloquean los laboratorios estatales se abren lentamente conun gemido mecanizado. Ya se está formando una doble cola: en un lado, las chicas, y unos veinte metros más allá, frente a otra entrada, los chicos. Entrecierro los ojos para evitar el sol, tratando de localizar a alguien conocido, pero el océano me ha deslumbrado y mi visión está nublada por puntos negros.
-¿Lena? -insiste la tía. Inspiro profundamente y me lanzo a soltar la retahíla que...
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