Democracia y compromiso social
Inmersa en un sistema político en cuya cima se hallaba un Presidente de la República dotado de poderes incontrastables, al mando de un partido dominante casi único,la sociedad mexicana añoró durante décadas una experiencia que nunca había vivido, la de la democracia electoral en donde los votos deciden quiénes gobiernan tras una contienda equitativa de partidosque no monopolizan el poder ni concentran las posibilidades de la victoria y la derrota, sino que a veces ganan y a veces pierden, y nunca para siempre.
Tan distante estaba esa imagen deseada, que seconvirtió en un espejismo, una trampa mental y moral. Salvo quienes en distintos momentos del siglo XX eligieron la confrontación armada con ese propósito, la mayoría de los mexicanos supusimos quela transformación social de México dependía de que ejerciéramos la libertad del sufragio, al lado de otros derechos públicos como el de reunión y el de expresión. Dadnos la democracia electoral y todolo demás vendrá por añadidura: en eso parecía sintetizarse nuestro reclamo. Pero apenas avanzamos en esa dirección quedó al descubierto, para infortunio de todos y desesperanza de muchos, que unsistema electoral respetuoso de la voluntad de las personas era apenas un requisito necesario pero no suficiente para que la sociedad se diera a sí misma poderes que emprendieran las transformacionesurgentes y largamente aplazadas.
Para colmo, el progreso social hacia la contienda electoral eficaz encontró pronto sus límites y engendró sus propios demonios.
Sucesivas reformas electorales, iniciadaso admitidas por el presidencialismo que accedió a acotarse a sí mismo, permitieron el fortalecimiento del sistema de partidos y la distribución del poder. Así, a partir de 1989 los ciudadanos pudieronelegir gobernadores entre candidatos distintos de los del PRI, al punto de que hoy éste conserva el dominio de “sólo” 17 entidades, casi la mitad del total, a diferencia de lo que ocurría hace...
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