democracia
Anteesos datos, alcanzo a otear dos lecturas que, en un descuido, pueden volverse enemigas frontales de la vigencia del régimen democrático. La más facilona, por así llamarla, sería aquella que acabaraculpando a la propia democracia de todos los males que aquejan a México y justificando una regresión autoritaria más o menos violenta. Con mayor razón, si se comparan los datos de México con el aprecio queVenezuela ha expresado al régimen gobernado por Chávez y por Maduro. El contraste entre ambos países puede volverse un lamentable pretexto para alegar que sería mejor no tener democracia, a cambio deobtener resultados más eficaces. Por fortuna, en otro reactivo de la misma encuesta la mayoría de los mexicanos sigue respondiendo que, a pesar de todo, la democracia es mejor que cualquier otrorégimen. Pero me temo que no faltarán quienes confundan los datos y sostengan, sin más, que la democracia misma es la causa de todos los males que hoy padecemos.
La otra lectura —que ya se ha venidoinstalando en los debates públicos del país— consiste en suponer que el desencanto no proviene tanto del régimen democrático cuanto de sus pesos y contrapesos mal balanceados. Desde ese mirador, lodeseable no sería acabar con la democracia sino reforzar el centralismo presidencial: mitigar el peso de los partidos, moderar las demandas de la sociedad civil, atajar los equilibrios locales y dotar alPresidente de la República de los mandos indispensables para tomar decisiones sin contrapesos definitivos. Es decir, buscar una democracia delegativa —como la llamó en su momento Guillermo O’Donnell— o,de plano, volver al régimen presidencialista de ayer con una cierta dosis garantizada de libertades.
En ambas lecturas se comete el despropósito de confundir el reclamo fundado hacia el...
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