Derecho
Por: Fernando Araújo Vélez
El próximo sábado, 10 de febrero, se cumple un aniversario más de la muerte de la autor de ‘Crimen y castigo’, recientemente representada en Colombia por el Teatro de Moscú.
La humillación era su palabra, humillados y ofendidos, y la humillación fue su destino durante años. Humillarse él ante los gerentes de los bancos, que debían decidirsi le otorgaban o no un préstamo que requería para vivir, humillarse ante un simple cajero que le respondía una mañana sí y otra no, que aún no le llegaba el giro de 100 rublos que pedía. Y mientras tanto, Fiódor Dostoievski vivía y dormía en un cuartucho de dos por dos, con una simple cama y unas cobijas roídas, helado en el cuerpo y más helado todavía en el alma. De París a Dresde, de Dresde aGinebra. Francia, Alemania, Italia. Europa era un desierto para él, un desierto de hielo, y él huía, huía del hielo y de las deudas y de la muerte y de la epilepsia. Huía de sus demonios. Incluso de sus recuerdos.
De aquella noche, cuando un escuadrón de soldados llegó a buscarlo a su casa en San Petersburgo sobre el filo de la medianoche para acusarlo de traición a la patria, y se lo llevó a unacelda donde rumió la vida durante cuatro meses, para luego salir a la luz del sol con las manos atadas y los ojos vendados, dispuesto para el verdugo, para una humillación más, para el postrero aliento de la muerte. Stephan Zweig describió la escena medio siglo después: “Ya ha escuchado la lectura de la sentencia, y oye como redoblan los tambores...; todo su destino se apelotona y se estruja en unpuñado de esperanza; su desesperación infinita y su infinita ansia de vivir se condensan en una sola molécula de tiempo. Y de pronto, el oficial levanta la mano, agita un pañuelo blanco y lee el indulto, que conmuta la pena de muerte por el presidio siberiano”.
Huía. Huía del éxito que había probado antes de sus cuatro años en Siberia con Pobres gentes, su primera novela. Huía del olvido al quelo sometieron luego del exilio. Huía, huyó, del nuevo y repentino triunfo que le deparó La casa de los muertos, una pintura de palabras hecha de sufrimiento y de martirio en la que expuso sus días y sus horas en Siberia, el abandono, la indiferencia de los demás, la compañía de los menesterosos como él, pero ellos, ladrones y asesinos. “El zar solloza sobre el libro, y miles de labios pronuncian elnombre de Dostoievski”, recordaría Zweig. “La gloria le tienta, pérfida, con miradas sostenidas y brillantes. Parece asegurado para siempre el futuro del novelista. Pero la sombría voluntad que gobierna su vida no quiere que aún sea llegada la hora de la dicha suprema. Falta todavía a su existencia un suplicio terreno”.
Pasaba del banco a las tiendas de empeño. Suplicaba. Dejaba, incluso, susvestidos para poder enviar un telegrama a Moscú y solicitar, de allá, un par de rublos. “Tengo un proyecto: volverme loco”, le escribió una vez a su hermano Miguel, su confidente y su apoyo, con quien editó por un tiempo una revista que él mismo escribía y diseñaba, y con quien podía conversar y profundizar sobre las oscuras razones que llevaron a los trabajadores de su padre a asesinarlo. Luegotomaría la escena y el tema para Los hermanos Karamazov, pero para entonces ya aquel Dostoievski era otro Dostoievski. Aunque sus demonios siguieran atormentándolo, aunque las deudas no hubiesen desaparecido, sus huidas, Siberia, los amores, sus noches en vela escribiendo en buhardillas y la seguridad de las obras ya publicadas, habían moldeado al hombre que podría enfrentarse a los Karamazov.Habían moldeado a Dostoievski. Pulsión y nervio, peligro, resurrección, caída y santidad, pecado y sublimación. De la lujuria había pasado a la pureza, como aquel Marmeladov de Crimen y castigo, el hombre que vendía a su hija para poder tomar. Él, Dostoievski, también había vendido la comida de su esposa para poder jugar, le había sustraído algunos rublos para caer, para sentir el peligro entre sus...
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