Desarrollo Sustentable

Páginas: 69 (17011 palabras) Publicado: 17 de diciembre de 2012
Capítulos I ~ IXContinuación
A los hermanos de Efraín
He aquí, caros amigos míos, la historia de la adolescencia de aquel a quien tantoamasteis y que ya no existe. Mucho tiempo os he hecho esperar estas páginas. Despuésde escritas me han parecido pálidas e indignas de ser ofrecidas como un testimonio demi gratitud y de mi afecto. Vosotros no ignoráis las palabras que pronunció aquellanocheterrible, al poner en mis manos el libro de sus recuerdos: «Lo que ahí falta tú lo sabes: podrás leer hasta lo que mis lágrimas han borrado». ¡Dulce y triste misión! Leedlas, pues, y si suspendéis la lectura para llorar, ese llanto me probará que la hecumplido fielmente.
IEra yo niño aún cuando me alejaron de la casa paterna para que diera principio a misestudios en el colegio del doctor LorenzoMaría Lleras, establecido en Bogotá hacía pocos años, y famoso en toda la República por aquel tiempo.En la noche víspera de mi viaje, después de la velada, entró a mi cuarto una de mishermanas, y sin decirme una sola palabra cariñosa, porque los sollozos le embargaban lavoz, cortó de mi cabeza unos cabellos: cuando salió, habían rodado por mi cuelloalgunas lágrimas suyas.Me dormí llorando y experimentécomo un vago presentimiento de muchos pesares quedebía sufrir después. Esos cabellos quitados a una cabeza infantil; aquella precaucióndel amor contra la muerte delante de tanta vida, hicieron que durante el sueño vagase mialma por todos los sitios donde había pasado, sin comprenderlo, las horas más felices demi existencia.A la mañana siguiente mi padre desató de mi cabeza, humedecida por tantaslágrimas,los brazos de mi madre. Mis hermanas al decirme sus adioses las enjugaron con besos.María esperó humildemente su turno, y balbuciendo su despedida, juntó su mejillasonrosada a la mía, helada por la primera sensación de dolor.Pocos momentos después seguía yo a mi padre, que ocultaba el rostro a mis miradas.Las pisadas de nuestros caballos en el sendero guijarroso ahogaban misúltimossollozos. El rumor del Zabaletas, cuyas vegas quedaban a nuestra derecha, se aminoraba por instantes. Dábamos ya la vuelta a una de las colinas de la vereda, en las que solíandivisarse desde la casa viajeros deseados; volví la vista hacia ella buscando uno detantos seres queridos: María estaba bajo las enredaderas que adornaban las ventanas delaposento de mi madre.II

Pasados seis años, los últimosdías de un lujoso agosto me recibieron al regresar alnativo valle. Mi corazón rebosaba de amor patrio. Era ya la última jornada del viaje, yyo gozaba de la más perfumada mañana del verano. El cielo tenía un tinte azul pálido:hacia el oriente y sobre las crestas altísimas de las montañas, medio enlutadas aún,vagaban algunas nubecillas de oro, como las gasas del turbante de una bailarinaesparcidas porun aliento amoroso. Hacia el sur flotaban las nieblas que durante lanoche habían embozado los montes lejanos. Cruzaba planicies de verdes gramales,regadas por riachuelos cuyo paso me obstruían hermosas vacadas, que abandonaban sussesteaderos para internarse en las lagunas o en sendas abovedadas por florecidos písamos e higuerones frondosos. Mis ojos se habían fijado con avidez en aquellossitiosmedio ocultos al viajero por las copas de añosos guaduales; en aquellos cortijos dondehabía dejado gentes virtuosas y amigas. En tales momentos no habrían conmovido micorazón las arias del piano de U... ¡Los perfumes que aspiraba eran tan gratos,comparados con el de los vestidos lujosos de ella, el canto de aquellas aves sin nombretenía armonías tan dulces a mi corazón!Estaba mudo ante tanta belleza,cuyo recuerdo había creído conservar en la memoria porque algunas de mis estrofas, admiradas por mis condiscípulos, tenían de ella pálidastintas. Cuando en un salón de baile, inundado de luz, lleno de melodías voluptuosas, dearomas mil mezclados, de susurros de tantos ropajes de mujeres seductoras,encontramos aquella con quien hemos soñado a los dieciocho años y una miradafugitiva suya quema...
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