destierro
Luis Palomares se levantó y tardó en recuperar fuerzas. El olor del mar entraba por la ventana abierta, acompañado de un viento refrescante en unjulio siempre sofocante. Definitivamente dormirse después de comer inutilizaba el descanso perseguido con la siesta. Pensó que nunca había dormido bien despuésde un almuerzo. A duras penas podía contener los bostezos a los pocos minutos del último bocado y sin embargo sabía que se levantaría repitiendo la comida,cualquiera haya sido el menú del día. La menta del dentífrico era generosa. Aliada con el viento de la ventana en la tarea de combatir el incendio. El tándemalmuerzo-siesta había generado un magma que se solidificaba con el sabor de la menta. El ardor iba menguando. Abrió la canilla fría y se lavó la cara con aguatibia. Las palabras y las cosas, pensó. Caminar al trabajo ayudaba en la tarea de alivianar el cuerpo. Que sea viernes también hacía su aporte. Llevaba lamochila colgada de una sola banda, para evitar sudar demasiado la camisa. Por las dudas llevaba una de repuesto junto al cuaderno y la computadora portátil.Eran diez las cuadras que debía recorrer. A mitad de camino, el aire acondicionado de la oficina era un oasis. “Hace tanto frío con ese aparato que se puede tomarmate como si fuera mayo” le había dicho Daniela Arnake más de una vez. “Como si fuera Argentina”, completaba Luis no sin cierta nostalgia a pesar de haberseadaptado a la vida española. El departamento frente al mar, las jugadas de Messi en la cancha y el pelo ondulado y rojo de Daniela contribuyeron a la causa.
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