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Él mismo se confundía con su forma de actuar. A veces le daba ganas de darse una buena cachetada por la forma en la que respondía a ciertos sucesos. Este era un momento de esos. Frunció el ceño, aunapoyado en el cedro en el cual había estado desde hacía horas.

Dejó el libro descansar sobre el césped y colocó las manos sobre las piernas. Después de haberle tendido la prenda, su espina dorsalse estremeció por el cambio brusco de temperatura, pero Draco encontraba algo placentero el sentir como sus extremidades se entumecían por el frío y cuando era complicado moverse, sintiendo lasarticulaciones crujir. Pronto se acostumbró al frío y chasqueó la lengua, pensando en formular una respuesta coherente a lo que la muchacha le decía. Resultaba extraño, pero parecía que el viento le habíaentumecido los músculos de la cara o simplemente se había quedado sin palabras. ¿Por qué? No se sabía, peor era realmente extraño que el joven Morgenstern alguna vez se quedara sin palabras. Siempretenía algo que decir. Finalmente, se decidió por el silencio, solo escuchando el leve crujir de las hojas que caían de los árboles por la época, eran muy pocas, considerando que el otoño se había llevadocasi todas, pero el viento feroz se decidía por terminar de desnudar a esos pobres árboles. Lo increíble era, que el cedro en el cuál se encontraba, se encontraba casi intacto.

Entreabrió loslabios para así formular un par de palabras. Se relamió los mismos, increíblemente resecos y fríos — No hay de qué —murmuró entrecortadamente, por el frío. Este acuchillaba su rostro y su cuerpo entero sinpiedad, pero le gustaba. De igual modo, si no le hubiese gustado, igual se hubiera tragado el fastidio con tal de saber que aquella frágil muchacha se encontraba segura bajo el calor que su pulloverle había dado. Le escuchó hablar, analizando cada palabra que decía. Una necesidad de ver su rostro de expandió por todo su ser, la necesidad de poner rostro a esa voz. La única relación que tenía...