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UN PASEO POR TIMELIA

De día y de noche iba por la ciudad buscando una mirada que me pudiera transmitir cualquier cosa con la intención de encontrar el final perfecto para acabar deredactar mi novela, aunque no me hubiera importado ver como esa mujer de aspecto grueso, de cabellos negros y ligeramente ondulados, salía de una tienda de ropa, con más de seis bolsas quela hicieron tropezar con el bordillo paralelo. Mientras se incorporaba, intentaba levantarse con todas esas bolsas de plástico que no dejaban ni ver sus piernas gruesas a causa de suestado físico. No me acerque a preguntarle que tal estaba ya que era la vecina de enfrente de la calle Timelia, aquella mujer que dio por muerto a su hijo en la guerra, pero que todo elvecindario sabía que cada mañana se ponía su hijo enfrente el Teatro pidiendo alguna que otra moneda para poder comer.

-¡Oh no, otra vez no, por favor!- gritaba por dentro al pensar que aunrondaba por mi cabeza la novela que debía terminar ya que el martes dieciocho tendría que entregársela al director. Fue entonces al mirar de frente, donde vi reflejado en ese cristal tintadode negro, una idea magnífica para concluir mi novela. Pero esta vez, decidí dejar mi paseo y irme a casa para escribir el final de la novela, con la intención de no olvidarme de ello.Estaba en mi piso recién estrenado, y olía a la esencia de lavanda que con tanto primor había escogido mi mujer. Llevábamos menos de un mes casados y ya teníamos las cortinas colocadas,los cuadros de color pastel en las paredes de color salmón, tres cristalerías en las vitrinas y hasta habíamos comprado en la feria del libro un Don Quijote de oferta, para ponerlo en laestantería, porque daba aire de cultura y sobretodo porque la encuadernación hacía juego con la tapicería de las sillas. Me dirigí hacia mi despacho y me senté en la silla a escribir.