Dick

“Podemos recordarlo por usted, y al por mayor”

Philip K. Dick
Despertó... y deseó estar en Marte. Los valles, pensó. ¿Cómo se sentiría el esfuerzo de atravesarlos? Cada vez más y más grandioso, el sueño creció hasta que se volvió totalmente consciente; el sueño y el anhelo. Casi llegaba a sentir la envolvente presencia del otro mundo, que solamente habían visto los agentes delGobierno y los altos funcionarios. ¿Y un empleado como él? No, no era probable.

—¿Te levantas o no? —preguntó su esposa Kirsten, con tono soñoliento y con su habitual tono de feroz carácter atravesado—. Si te vas a levantar, oprime el botón del café caliente de la maldita cocina.

—Está bien —dijo Douglas Quail y se dirigió descalzo desde el dormitorio de su codepto[1] a la cocina.Allí, tras haber apretado obedientemente el botón del café caliente, tomó asiento ante la mesa, y extrajo una latita de color amarillo de buen rapé Dean Swift. Inhaló profundamente y la mezcla Beau Nash le produjo picor en la nariz y al mismo tiempo le quemó el paladar. Pero aun así, inhaló; lo despertó y permitió que sus sueños, sus deseos nocturnos, sus azarosas ansias se condensaran en unaapariencia de racionalidad.

—¡Voy a ir! —se dijo a sí mismo—. Antes de morir, veré Marte.

Por supuesto, era imposible, y él lo sabía, aunque soñara con eso. Pero la luz del día, el ruido mundano que hacía su esposa cepillándose el cabello ante el espejo del tocador, todo conspiraba para recordarle lo que era: Un miserable empleado asalariado, se dijo con amargura. Kirsten le recordabaeso por lo menos una vez al día y él no la culpaba; era una tarea de esposa lograr que el marido mantuviera los pies sobre la tierra. Sobre la Tierra, pensó, y se echó a reír. La frase era literalmente adecuada para el caso.

—¿De qué te ríes? —le preguntó su esposa al entrar en la cocina arrastrando por el suelo su larga bata color rosa—. Apuesto a que estás soñando de nuevo. Siempreestás lleno de sueños.

—Sí —respondió él, mirando por la ventana de la cocina los autos aéreos y los riachos del tránsito, y toda la energética gente que se apresuraba para acudir a su trabajo. Dentro de un rato también él estaría entre ellos. Como siempre.

—Apuesto a que tiene algo que ver con alguna mujer —dijo Kirsten con una mirada fulminante.

—No —contestó—. Con undios. El dios de la guerra. Tiene maravillosos cráteres con todo tipo de vida vegetal en sus profundidades.

—Escucha —. Kirsten se agachó a su lado y habló en serio, abandonando momentáneamente el tono áspero de su voz—. El fondo del océano... nuestro océano, es mucho más, infinitamente más bello. Lo sabes bien; todo el mundo lo sabe. Alquila unos equipos de branquias artificiales para losdos, pide una semana en el trabajo y podremos sumergirnos y vivir en uno de esos maravillosos lugares de recreo acuáticos que están abiertos todo el año. Y además... La mujer se detuvo.

—No me estás escuchando. Deberías hacerlo. ¡Aquí hay algo mucho mejor que esa compulsión, esa obsesión que tienes por Marte y ni siquiera me escuchas!

Su voz se elevó penetrante.

— ¡Cielosanto, estás condenado, Doug! ¿Qué va a ser de ti?

—Me voy a trabajar —dijo él, poniéndose de pie y olvidándose del desayuno—. Eso es lo que va a ser de mi.

La esposa lo miró.

—Cada día estás peor. Más fanático cada día. ¿Adónde te va a llevar todo esto?

—A Marte —contestó y abrió la puerta del armario para ponerse una camisa limpia para el trabajo.

Trashaber descendido del taxi, Douglas Quail caminó lentamente a través de tres riachos para peatones densamente poblados dirigiéndose hacia un umbral moderno y atractivamente acogedor. Allí se detuvo contemplando el tránsito de media mañana y con suma calma leyó el rótulo de neón. Ya en el pasado lo había leído muchas veces pero nunca desde tan cerca. Esto era diferente. Lo que hacía ahora era...